Blog de crítica de la cultura y otras balas de fogueo al gusto de Óscar S.

Encuadre: página de "Batman: Year One", Frank Miller y David Mazzucchelli, 1986-7, números 404 a 407 de la serie.

martes, 31 de enero de 2012

Propongo para temita s. XXI

La "beatería de la cultura" hecha imbecilidad total

http://historiasdelahistoria.com/2011/02/28/%C2%BFse-puede-plagiar-el-silencio/

lunes, 30 de enero de 2012

Es la actitud, estúpido

Le decía al amigo Pelayo en su broncoblog que lo más ridículo de todo este asuntazo de la crisis son los programas de televisión, entrevistas de radio, nuevas publicaciones, comentarios de prensa o voluntariosos emilios que tratan de explicar al pueblo "soberano" cómo, cuando y donde hemos llegado hasta aquí. Uno los termina decepcionado, porque en el fondo da lo mismo, nada explica el fenómeno brutal y universal de la codicia. La codicia lo hizo todo, y punto: todo lo demás que se diga es marear la perdiz. Y temo que ese es el objetivo, en líneas generales. Distraernos con los quiénes para no nos enfrentemos al qué. ¿Es el qué -la codicia irrefrenable, la avaricia sin límites, sin escrupulos, como patología finalmente globalizada- inenfrentable en absoluto? Los marxistas supervivientes, por ejemplo, piensan que no. Siguen confiando en que un cambio en la estructura supondrá necesariamente un cambio en la conciencia. Yo me temo que si ese cambio es lo suficientemente profundo, no quedará ya conciencia alguna que cambiar ni nada más vivo en el planeta. Hasta ese punto está arraigada la codicia en las sinapsis del deseo contemporáneo. Se dirá que a falta de otras cosas, y tal vez sea cierto. Pero eso que falta, eso hacia lo que se podría transvasar caudal de deseo arrebatándoselo a la codica no puede ser algo místico. Ya lo intentan en los países radicalmente musulmanes con desastrosos resultados. Tendrá que ser, pues, algo más bien mundano, asequible, terreno. ¿El conocimiento, tal vez? Demasiada revolución, mayor aún que la marxista diría yo. En fin, lo que es seguro es de nada sirven exposiciones naif del funcionamiento financiero desrregulado de esto o lo otro con el objeto de hacernos perder también el tiempo. Nos han puteado conscientemente, por error pero a sabiendas de lo que podía pasar, y eso es todo lo que hay que entender, la premisa a partir de la cual extraer consecuencias, sin rollos económicos o pajas ideológicas. Pelayo a menudo pide venganza; yo pediré simplemente desprecio.

sábado, 28 de enero de 2012

El filósofo, soneto de Mario R.

Aquel que no convive en sociedad,
ajeno a comerciar con la palabra,
sin ley ni hogar, ni tierra en que se labra,
no es hombre, sino bestia o bien deidad.


O acaso adorador de la verdad,
extraño a profanar sacra palabra,
apátrida, sin puerta que le abra,
filósofo, bestial divinidad.


Ausente su presencia en la ciudad,
distante ante el mundano movimiento,
a un tiempo en multitud y en soledad;


cual bestia, sin humano sentimiento,
razón común, más no comunidad,
cual dios, aspira al puro entendimiento.

viernes, 27 de enero de 2012

jueves, 26 de enero de 2012

Desventuras de un padre mútiple, III

Al llegar la hora, acostar a tres niños pequeños te ahorra las crueldades del método Estivill para arrojarte a nuevos, muy distintos y peculiares fregaos. Rita se lleva al bebé (que, por cierto, me he enterado con gran contento que casualmente cumple los años el mismo día que Dickens) para dormirlo aparte y, si no llora mucho, se puede proceder a intentarlo con los otros. El problema es que los dos quieren que les acompañes en su camita para las despedidas del día, y uno va de una a otra varias veces porque ambos te reclaman constantemente. Al final, si Rita termina pronto con su misión, nos lo repartimos, y, si no, tengo que tumbarme entre las dos camas, cantar para que me sientan o Dios sabe qué. En ocasiones, el proceso se lleva su tiempo. Sin contar con que antes ha habido "cuento", valga la redundancia (a los niños les pirran los cuentos mirados y explicados, no importan cuales). Total: como ellos han echado siesta en el colegio y nosotros no -esto no lo han recortado: ya era así-, el resultado es que hay apenas ningún márgen para uno mismo con su mecanismo. Eppur si muove...

Soneto por Mario R.

Si en modo deshonesto te ofendiere,
partido de tu parte fiel me hago;
no encuentro merecer mayor halago
que hacer propio el honor de quien te quiere.


Pero escucha, noble amigo, si tú eres
de la herida que muestras vil la daga,
permite me ría de esa llaga
y me marche a cumplir con mis deberes.


Si de mi lengua la espada tú leíste
que desnudo tu pecho laceraba,
o no mediste bien lo que bebiste


ni el golpe que tu lengua me asestaba,
o no previste el fin que te aguardaba 
por no medir con quien tú te mediste.

miércoles, 25 de enero de 2012

Me cago en el artisteo

Ejemplo ejemplar, desde mi punto de vista. Estoy haciendo la mudanza y dejo los volúmenes completos de la Larousse en la calle esperando el coche. Pasa un tío con barba y melenas acompañado de dos tías -empieza bien-, se para y decide que le saca una irónica foto de móvil bajo el título "Basuras del s. XXI" -la jodió. Le informo que no es basura, que es mudanza. Responde: "es igual...". Y, efectivamente, es igual. La puta instantánea lucirá en cualquier parte como crítica corrosiva a la cultura contemporánea, de parte de un autor que miró la Larousse un día que buscó Faemino y Cansado -a mucha honra, que conste. Pues así, todo, en injusta generalización. Que me den un humilde científico...

Porque yo tengo una banda de rock and roll wo-u-o

martes, 24 de enero de 2012

Sobre la entrada anterior

No entiendo bien el entusiasmo (aún minoritario, claro) por el previo artículo de Žižek. Al margen de acusar a muchos -no todos- pertinaces manifestantes de falsa conciencia, en absoluto se propone o se deja entrever un salida siquiera meramente teórica. En definitiva, lo que el famoso y agudo esloveno dice que es que la plusvalía hoy la obtiene quién domina la imagen y no solamente el trabajo, cosa que ya insinuaba yo aquí más toscamente en un viejo post sobre la cultura del trueque urbano. Dicho esto, lo único que se consigue es zarandear al marxista que sigue anclado en la hermeneútica económica del siglo XIX, ofreciéndole a cambio estamparse contra un duro y crudo nihilismo -puesto que nada fundamenta científicamente, o veritativamente, el valor adjudicado a determinada imagen frente a otras. O sea que, en mi opinión, Žižek desarma aquí a la izquierda al querer situarla en el presente, lo cual más que de agradecer, es simplemente necesario, pero dejando prácticamente intacto el proceder del neoliberalismo -a no ser que pensemos que un cambio en el lenguaje (v.gr., "burguesía asalariada") conllevará gradualmente alguna transformación en la realidad, lo cual es, ciertamente, mucho pensar...    

lunes, 23 de enero de 2012

Salario excedente, envíado por Miguel G.

Un artículo muy lúcido, Žižek ha dado en el clavo al hablar sobre la función política del reparto del excedente salarial. Es un concepto que enlaza muy bien con de "capataz" de Gopegui.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=143383

domingo, 22 de enero de 2012

Carrington, por Israel S.

http://www.contraelamor.com/2012/01/contralove-films-presenta.html

Estamos ante una de esas rarísimas ocasiones en que las relaciones libres son retratadas en una película sin paternalismo ni condena. El hecho es tan insólito que nos conmina a la suspicacia.
Las limitaciones de Carrington como descripción del amor libre son notables, pero también lo son sus aciertos y esto es, al fin y al cabo, lo que la distingue y la trae a este blog. Recalquemos sus virtudes, pues es difícil encontrarlas en cualquier producto cultural en que el amor esté presente como contenido relevante. Adelanto que analizo la historia con independencia de si sus decisiones de guión provienen del libro en el que está basada o de la biografía de los personajes. Para poder centrarme en los aspectos más próximos el tema del blog la juzgaré, en todo momento, como si fuera una historia desarrollada desde la más absoluta libertad creativa.

Destacaré tres de esas virtudes, la primera de las cuales es difícil de entender como tal hasta para los más voluntariosos seguidores de las relaciones abiertas. Se trata de la ausencia de celos. Los individuos que establecen una relación abierta no sólo tiene la dificultad de enfrentarse a los celos hacia otras relaciones, dificultad que, al fin y al cabo, está en su mano resolver, pues de su inteligencia emocional depende. Deberán, además, enfrentarse a los celos que ellos provocan en terceros que, habitualmente, aceptarán la apertura más por conveniencia que por convicción, valorando que presionarán más eficazmente en detrimento de su adversario una vez que se encuentren bien afianzados en el afecto del objeto de deseo. La película es una buena herramienta para analizar la verdadera dinámica de los celos. Observaremos enseguida que, ante la ausencia de condena (la “comprensión” hacia el celoso que “no puede evitar serlo”) el individuo más conciliador, es decir, el que con mayor ecuanimidad reconoce los derechos de los otros a disfrutar del afecto de su compañero, será el más perjudicado. Dora se pasará el metraje completo procurando mitigar la angustia celopática de sus sucesivos compañeros de vocación monógama, a costa de perjudicar a Lytton, el único que, precisamente, tolera la presencia del resto. En el momento en que empezamos a echar de menos que algún personaje se indigne contra el egoísmo manipulador de los monógamos podemos considerar que la película ha realizado ya una tarea encomiable.

En segundo lugar, merece la pena reivindicar la tolerancia sobre la asimetría en la relación. No ya sólo de edad, que podría juzgarse como la razón de las restantes, sino intelectual y emocional. Salta a la vista que Lytton es (¿aún?) intelectualmente superior a Dora, pero eso no crea desazón en ninguno de los dos, y la admiración que ella experimenta no exige ser devuelta en forma de una admiración equivalente. Puede ser esta admiración el componente fundamental del consistente enamoramiento de ella, que tampoco será retribuido en la misma forma, sin que por ello se llegue a la incompatibilidad emocional a la que la filosofía del amor nos empuja en nuestra propia experiencia. Aquí no sirve la norma de buscar a alguien que esté enamorado de nosotros. Es mucho más importante que nosotros lo admiremos (sería discutible si ello debe llevar al enamoramiento irracional al que algunas veces llega Dora) y que él nos respete y nos permita disfrutar de las virtudes admiradas. El amante debe considerarse afortunado en tanto que alcanza su objeto, no en tanto que lo domina mediante el chantaje emocional de amenazar con retirarle su amor.

Por último, es también digna de elogio la indefinición de género de los dos personajes principales. Es evidente que es esta misma indefinición, y no sólo su desarrollo ético, lo que los encamina en la senda de las relaciones abiertas, pues difícilmente pueden, ni entender la que ellos mismos mantienen, ni encontrarle un hueco en la sociedad de su tiempo. Aún así (y a pesar de la lamentable caracterización de Emma Thompson como chica de marcado carácter masculino, en la que no parece sentirse del todo cómoda) la indefinición, especialmente cuando están juntos, resulta genuina, espontánea y estable, sin la tirantez interna a la que otros guionistas someten a sus personajes cada vez que deben presentarlos en condiciones eroticosentimentales que consideran discutibles o, al menos, poco firmes.

Debo decir, y lamentar, que no recuerdo otra película, no sólo que reúna estas tres virtudes, sino tan siquiera que haga alcanzar a alguna de ellas el desarrollo que alcanzan en ésta. Triste situación para quien querría poder explicar su propuesta de relaciones abiertas con algo más que teoría.

Deslizaré sólo un par de críticas perfectamente perdonables dado el punto de partida ideológico desde el que debe arrancar cualquier creador en nuestro contexto cultural. La primera es que el amor no deja de enturbiar la relación central, no permitiendo nunca que los dos personajes se hagan daño mutuamente, pero sí sometiéndolos a un sufrimiento evitable si no coquetearan con la asociación entre afecto y dolor tan propia de la filosofía del amor romántico. Pero esperar que un producto cultural exponga una teoría contraria al amor y que, a pesar de ello, encuentre la forma de ser sacada al mercado con ánimo de lucro es, de momento, cultura-ficción.

La segunda es que, a pesar de la relativa mezquindad de los personajes que rodean a la pareja protagonista, y de que ésta aparece bajo una luz siempre más dignificante, no se evita la ambigüedad ante una posible condena moral de su comportamiento y rol de género. La película no deja claro que no estemos ante las víctimas de una tragedia biológica, o de una decisión moral discutible, en vez de ante dos personas que, desde la más plena libertad, eligen oponerse a la sociedad de su tiempo (y del nuestro) acertando con ello. La moda de la suspensión del juicio por parte del autor podría ser llevada, si se atendiera a sus defensores, hasta el absurdo del no pronunciamiento con respecto a la ley de la gravedad (de modo que, cada vez que un objeto cayera, se sacara su caída del plano para no “condicionar” la interpretación del espectador que, según su criterio, decidiría si flota o impacta contra el suelo). En este caso parece que la valentía de Dora y Lytton está aún tan por encima de la de sus propios defensores que obliga a éstos a presentarlos como unos posibles discapacitados.

sábado, 21 de enero de 2012

viernes, 20 de enero de 2012

La filosofía vuelve a casa

En México, de gran tradición traductora y editora en filosofía, exterminan la asignatura mediante el burdo ardid de diluirla entre todas las demás, según me informa una amiga de aquí que proviene de allí. No me parece tan mala noticia. Se dirá que quieren "acabar con el pensamiento crítico" y todo eso, lo cual sin duda es terriblemente cierto, pero ya había sucedido antes. Es decir: la filosofía ya se producía antes en la clandestinidad, o en los márgenes, o sub especie sectaria, y puede volver a hacerlo. De hecho, se producía bastante mejor, como se follaba más intensamente cuando fornicar tenía tan mala prensa y escaseaba el porno por internet. ¿Qué perdemos: que nadie de los que tampoco leían voluntariamente ahora no lo hagan pero imperativamente? ¿Que la facultad, que era fábrica de parados que habían probado las mieles, se hunda en el subsuelo? A cambio, lo que era tostón escolar se tornará otra vez fruto prohibido. Y fruto que se contrabandeará jugosamente en la red. Pues aleluya. A muchos mayores en sudeuropa la situación les resultará familiar, y tipos como yo nos convertiremos en dinosaurios sonrientes. Tampoco es que siempre la filosofía haya estado perseguida, pero sí era a menudo cosa de unos pocos consumida por una minoría incordiante. Esos pocos pueden ser ahora minoría, y esa minoría, legión. ¿Echaremos de menos a las starlettes philosóphiques, escondidas en adelante tras sus máscaras de Guy Fawkes? Lo justo, para qué nos vamos a engañar -total, apenas quedan...-, y así terminamos de paso con el eslogan aquel de que todos llevamos un filósofo dentro, lo cual será, porqué no, verdad -aunque verdad arcana-, pero tal como se exhibe hoy la frase consiste sólo en señuelo para vender libros. Los libros, los de siempre... ese es nuestro hogar: los libros, la charleta, y la polémica,  por supuesto, se den o no en la academia o se autoricen o no para la instrucción pública. La república global de los sabios tendrá que esperar, al menos hasta el fin de los dichosos Mercados. En resumen, tampoco el pensamiento se crea ni se destruye, únicamente se transforma...
(¡Y que viiivaaa Méeeejico!)
Sócrates, hijo de la gran chingada.

A favor de Gil de Biedma, soneto por Mario R.

De qué me sirme, quisiera yo saber,
de casa y negro sótano mudar,
si tú (más negro ser que aquel lugar)
habrás de acompañar cuanto he de hacer.


Tu rostro (ante el espejo) veo temer
(herido -por la zarpa de algún bar-
de vértigo beber y desbarrar),
histérico llorar y enloquecer.


Ridículo negarte a envejecer 
(contigo hasta morir he de cargar),
patético vivir tu perecer.


Innoble servidumbre es el amar,
y más innoble aún si es el querer
al propio ser, que advierte declinar

jueves, 19 de enero de 2012

Cuento infantil

El planeta Tuintuin está habitado únicamente por infantes menores de nueve años y todas las especies de animales y plantas nacidas de sus mares y sus suelos presentes desde que se terraformó hasta la actualidad. La nacimiento y cuidado de los niños yace enteramente en manos de maquinas, y eficientes robots-mamá se encargan de impedir las peleas y encauzar su desarrollo afectivo. Cuando cumplen los antedichos nueve ciclos según el cómputo de los soles de Tuintuin son eliminados de manera programademente cariñosa e indolora. Se dice que así lo desearon los últimos habitantes adultos del planeta, hastiados de una civilización que había alcanzado sus máximos logros y por tanto descubierto como definitivamente absurdos el romanticismo, los conflictos y la religión. Según tal leyenda, una vez preparado todo, interrogaron a una niña de tres años por un nombre bonito para ese nuevo mundo ignorante pero inofensivo y resolvieron su propia extinción. "Tuintuin", como vino a llamarse desde entonces, es un paraiso de alegría e ilusión antinaturales que ninguna otra cultura galáctica se ha atrevido jamás a tocar, quizá por miedo...

martes, 17 de enero de 2012

Viene de largo... (Manifiesto anti-corrupción)

http://vespito.net/mvm/manifiesto.html

Aristóteles y Alejandro: una amistad peripatética

Un amigo es un alma que habita en dos cuerpos
Aristóteles, según Diógenes Laercio.


Ambos se criaron en Pela, la capital del reino macedonio situado al norte de la antigua Grecia que formaba parte del hinterland griego pero que era considerado casi bárbaro por el resto de las poleis helenas. Aristóteles, en realidad, había nacido en Estagira, y ese fue el precio que pidió a Filipo II cuando éste solicitó sus servicios para instruir a su hijo Alejandro: reconstruir su ciudad natal destruida por la guerra y permiso para imponer sobre ella nuevas leyes. Alejandro tenía quince años, y su formación con el filósofo duró poco tiempo, ya que pronto el rey fue asesinado y el príncipe adolescente se hizo con las riendas del imperio que había construido aquel. Tiene gracia: Atenas se rebeló pensando que ese niño era incapaz de estar a la altura de su padre y sin embargo reconquistó toda Grecia en dos patadas.

Oliver Stone hace aleccionar a Alejandro por parte de un severo Aristóteles sobre la superioridad racial y civilizatoria de los griegos sobre los persas, y seguramente sea exacto. El caso es que en apenas cuatro años de triunfos ininterrumpidos (victorias de Gránico, Isso y Gaugamela), el inmenso imperio persa cambió de manos. Después, Alejandro se dedicó a ampliar sus conquistas por la zona oriental, culminando con la derrota del rey indio Poros. Hasta su muerte en 323 a.C., Alejandro se esforzó por poner las bases de un nuevo orden mundial en el que trató de integrar a pueblos tan diversos e ignotos en lengua, cultura y religión bajo la égida común de Grecia. En gran parte de esa proeza sin precedentes fue acompañado por Calístenes Olinto, sobrino de Aristóteles, a quién dio una fea muerte que, según dicen, fue la causa definitiva de su ruptura con su viejo maestro. No obstante, la educación que Alejandro recibió esos años de mocedad del filósofo Aristóteles es todavía objeto de controversia. Hay quien piensa, por un lado, que Alejandro lo habría aprendido todo de Aristóteles, y hay quien piensa, por el contrario, que apenas se habrían entendido, puesto que la teoría política de Aristóteles sigue teniendo como objeto último de su reflexión la ciudad-estado, mientras que Alejandro parecía tener en su cabeza la imagen de la monarquía universal, es decir, de un imperio global. Pero los datos históricos cantan: según parece, Aristóteles hizo que se copiara para la enseñanza de Alejandro una versión de La Ilíada que él personalmente comentó que el muchacho llevaba consigo a todas partes; cuando Alejandro comenzó sus belicosas aventuras por Asia siempre enviaba a Aristóteles toda clase de muestras de cosas raras que se iba encontrando para sus colecciones del Liceo ateniense: bichos, plantas, reliquias, textos, etc…; y, además, Aristóteles en este periodo no sólo fue preceptor de Alejandro, sino que también recibió el rango de ministro, durante el cual confeccionó los archivos de Delfos y de la lista de vencedores de Olimpia, dos motivos panhelénicos (es decir, representativos de las señas de identidad de toda la helenidad), por todo lo cual se le erigió una columna a través de un decreto honorífico.

Todo ello, en fin, nos hace creer en la simpatía que se profesaron mutuamente Aristóteles y Alejandro, y también en que entre ellos quizá se desarrollaron ideas no apegadas a los límites estrechos de la ciudad-estado. Debemos, pues, conciliar lo que parece contradictorio: la panhelenidad de Alejandro organizada conforme a la polis aristotélica ¿Cómo hacerlo? Pues intentando pensar en el marco de una confederación de ciudades que, manteniendo el ideal de que sólo se es feliz en sociedades pequeñas y sólo en ellas es posible llevar a cabo el ideal de una democracia moderada, ello no está en contradicción con una ampliación inmensa de ese mismo concepto mediante sucesivas fundaciones de nuevas poleis que se rigirían bajo la comunidad que produce ese lazo político-cultural propuesto por Alejandro. Y, en efecto, Alejandro no sometió estrictamente a nadie: fundó, en cambio, muchas ciudades llamadas “Alejandrías” (¡hasta 56 ó 57!) de acuerdo con una idea de imperio que poco tiene que ver con la romana, sino más bien con la hipotéticamente aristotélica de una confederación de poleis relativamente autónomas. Sea como fuere, el propio Aristóteles pudo seguir todo el proceso, pues murió un año después que su pupilo, de modo que tuvo durante ese escaso margen de tiempo ante su vista tanto el final irreversible de los ideales de la clasicidad cívica ateniense como el tremendo ensanchamiento del perímetro abierto para el futuro de la cultura griega.

¿Tuvieron, entonces, Aristóteles y Alejandro lo que el primero llamaba una amistad? Quién podría decirlo. Lo que parece innegable es que Aristóteles tuvo mejor relación con los reyes -también con el malogrado Hermias- que su maestro Platón y todos los filósofos posteriores, incluido Voltaire, en mi opinión porque el primero les exigía dura virtud, mientras que el segundo sólo les pedía (la) excelencia.

lunes, 16 de enero de 2012

domingo, 15 de enero de 2012

Closer, por Israel S.

http://www.contraelamor.com/2012/01/contralove-films-presenta-la-fortaleza.html

Podríamos conformarnos con ver closer como la historia de una lucha de amor donde una ingeniosa estrategia hace vencer al héroe sobre el villano. Pero demasiados aspectos de su estructura nos invitan a considerarla algo más que una película romántica y, sobre todo, la agudeza de los textos y acciones de sus personajes nos hacen pensar que en ella está presente un discurso profundo sobre la naturaleza del amor.
             Y, si es profundo, difícilmente podrá ser positivo.
             Si tuviéramos que contar la anécdota de la historia a alguien que no la haya visto, seguramente haríamos que la tomara por otro relato de amor: El bueno se queda con la chica cuando parecía que la perdía. El malo no sólo es castigado, sino que su propia chica lo abandona dejándolo descubierto y en una devastada situación sentimental. Y, además, te ríes con los diálogos. Entonces tendríamos que añadir que, en realidad, nunca nos ha quedado claro quién es el bueno y, ni siquiera, si los verdaderos protagonistas son los hombres, o tal vez las mujeres, o cuál de las parejas, o si es una historia con cuatro personajes de relevancia narrativa y altura moral equivalentes.
             Tendríamos que decir que, aunque suene a final feliz, la historia deja al espectador con una desazón que las lágrimas finales de Anna subrayan evitando toda ambigüedad. Lo que se ha contado es una historia de dolor y, sí, acaba con la consolidación de una de las parejas. Pero el precio ha sido el amor mismo que, definitivamente, es ya imposible para cuatro personajes que, sin embargo, han estado apasionadamente enamorados durante la práctica totalidad del metraje.

             Tras la primera media hora tendremos una idea general sobre la personalidad de cada una de las cuatro piezas que se moverán a lo largo de la partida, así como de cuáles van a ser sus propensiones sentimentales y el lugar que éstas les van a otorgar en la jerarquía del grupo. Una vez establecidas dichas reglas se da salida a un enfrentamiento de todos contra todos cuya crueldad nos irá resultando inesperada en individuos tan civilizados y cordiales.
             Eso es lo que Closer nos quiere explicar. No hay ninguna guerra de fondo que convierta al amor en un dilema moral, como en Casablanca; ninguna desproporción social entre personajes que enfrente a alguno de ellos al vértigo de asomarse desde las verdaderas alturas asfixiantes del amor de élite, como en Eyes wide Shut o Lunas de Hiel. Aquí sólo hay cuatro personajes con mínimas diferencias de poder, sin más preocupación que conquistar a quien aman y sin más necesidad de ello que la de cualquier individuo en condiciones afectivas normales.
             Y, sin embargo, se descuartizan.
             Para que eso ocurra, como ocurre en la realidad, sólo es necesario dejar que vicios y virtudes se manifiesten, sin infectar a los personajes del virus de bondad con el que las historias de amor holiwudienses destruyen el realismo de sus personajes a medida que el final se acerca. Las debilidades de los personajes no sólo servirán para justificar su bis cómica. Serán, sobre todo, cargas con las que deberán enfrentarse a las sucesivas etapas de sus relaciones, y puntos débiles que los expondrán al ataque de sus contrincantes.
             Lejos del irresponsable prejuicio de que nuestras relaciones son cosa de dos y a nadie más que a nuestra pareja-socio debemos rendir cuentas, la historia nos muestra cómo cada movimiento se transmite de personaje en personaje hasta afectar a todos, y cómo la victoria de cada uno implica siempre la derrota de su pareja y el contraataque del adversario.
             Closer es una película de jugadas más que una metáfora general, salvo por lo que tiene de metafórico presentar al amor como un juego real en el que el perdedor lo pierde todo y el ganador pierde a los perdedores como compañeros. No hay espacio aquí para analizar la lógica de cada uno de los lances, pero quiero, al menos, resaltar algún aspecto de la estrategia general del autor.
             Cometeríamos un error de simplificación si nos conformáramos con atribuir a Dan la condición de villano. Es cierto que gran parte de la responsabilidad del fracaso de las relaciones iniciadas en la película recae sobre sus acciones (sería interesante analizar cómo identificamos inconscientemente a los villanos por la cantidad de relaciones que hacen fracasar, mecánica que coincide con la intuición de que, en este caso, la villana en la sombra es esa Anna de rostro sufriente a la que nunca atribuiríamos maldad). Dan no es un elemento artificialmente insertado en el ecosistema de personajes para generar conflicto. Dan genera conflicto de modo natural porque es el más poderoso de los cuatro, y su tendencia espontánea es dominarlos a todos, del mismo modo que Larry, su antagonista, se conforma con que alguien, quien sea, acepte estar con él sin engañarle.
             Y el acierto definitivo del guión es precisamente atribuir a Larry, depositario de la mínima cantidad de poder del grupo, una capacidad de análisis que le permite subvertir el orden. Al encarnar la racionalidad extrema (hábilmente ocultada por el guionista tras la fachada de un temperamento apasionado), Larry logra prevalecer sobre sus dominadores naturales. No habría logrado esto si la distancia entre los cuatro personajes no hubiera sido mínima, pero, sobre todo, jamás lo habría conseguido sin desenmascarar la impostura del amor. Cuando se ve derrotado por la debilidad que constituye su carácter, directo y sin sofisticación, decide explotar la debilidad de su adversario (la obsesividad) y la de su propia pareja (la mala conciencia) para subyugarlos. Lo que logrará enjaular, claro, no será ya el objeto de su enamoramiento, sino un ser fracasado y vencido, ahora por debajo de él e incapaz de despertar la genuina pasión original.

             En este conformismo pragmático se opone a su vez a Alice, el otro personaje representante de la verdad del amor, cuya juventud le permite seguir apostando cada vez desde cero, y entregándose de forma completa en cada apuesta. Pero su condición de estríper en perpetuo cambio de residencia e identidad nos insinúa que su “honestidad” puede ser consecuencia de las circunstancias. Si es que no preferimos verla como un fantasma huidizo, representación del inasequible amor que, al enfrentarse al realismo de Larry, nos muestra, por fin, su rostro de puta.

sábado, 14 de enero de 2012

Highway Gustavo

Sentencias vertidas en feisbuk

-El Poder es la juventud de los viejos, por eso nunca los verdaderos jóvenes entenderán porque aquellos lo ansían tanto.
-A quién madruga a Dios se la suda.
-El discreto espanto de la burguesía: navidad en todos sus hogares...
-Lo que llamamos una película a color no está coloreada, en cambio lo está aquella que decimos que está en blanco y negro, paradojas del arte...
-Objetivo del borracho lúcido: ser el ciego en el país de los tuertos.
-El mejor feminismo actual está en esas chicas que lloran para sí mismas cuando no han sacado un diez.
-Lo único bueno de que anochezca antes es que se duplica el efecto caña.
 -Vivo en una casa grande, blanca y con espina dorsal: ¡tragado como Jonás por un Moby Dick hipotecario!
-En mi casa pega tanto sol y hace tanto calor que nos migrarán aquí las golondrínas.
-Algunos tienen aspiraciones y otros tenemos aspiradoras.

El zoo de Gepetto, y IV



viernes, 13 de enero de 2012

Las tres negaciones de Gorgias más apostilla y silogismo final, soneto ampliado de Mario R.

No existe aquello que llamamos ser
(substancia independiente del pensar,
sentir, querer, soñar o imaginar);
decimos existir cuando es creer.


Es imposible conocer el ser
(distinto aun si es la causa del sentir,
el ser va más allá del percibir
y agota el percibir su conocer).


No cabe su saber comunicar:
en caso de poderse presentir
(a un tiempo no pensar y comprender),


no puede formularse en el hablar.
No cabe conocer un no existir,
ni puede transmitirse un no saber.


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Lo mismo son decir, saber y ser:
palabras (con poder de persuadir
¡de un ser cuyo saber cabe contar!).


Sostiene su existir nuestro creer,
creemos en el aire al respirar,
se funda en el creer nuestro existir.

Leibniz y Europa



"Cuando uno compara sus talentos con los de Leibniz, se tiene la tentación de tirar todos los propios libros e ir a morir silenciosamente en la oscuridad de algún rincón olvidado." Denis Diderot


G. W. Leibniz tenía ventipocos años cuando conoció a Johann Christian Von Boineburg, ministro del Príncipe Elector de Maguncia, a quién propuso un brillante plan geoestratégico a través de aquel. Se trataba nada menos que de alejar las ambiciones desmedidas de Luís XIV del escenario europeo, que había quedado prácticamente devastado -sobre todo la zona de habla alemana- tras la Guerra de los Treinta Años. Lo que al joven Leibniz se le había ocurrido exactamente fue sacar al poderoso y rico ejercito francés del continente de la siguiente manera: mediante una misión diplomática encabezada por el Príncipe Elector y él mismo, se encarecería al orgulloso Rey Sol a tomar Egipto como primer paso hacia una eventual conquista de las Indias Orientales Holandesas; a cambio, Francia se comprometería a no atacar más a Alemania ni a Holanda. El proyecto, conocido como Consilium Aegyptiacum o Projet de conquete de l´Egypte, fue formalmente redactado en 1668 recibiendo un apoyo circunspecto por parte del Príncipe. Así, finalmente en 1672 -año, por cierto, de la muerte del Barón de Boineburg- el gobierno francés invitó a Leibniz a París para su discusión, pero la negociación se vio pronto superada por los acontecimientos políticos y la idea quedó en agua de borrajas. Más de un siglo después, la expedición de Napoleón a Egipto en 1798 (“más de cuatro mil años os contemplan…”) supuso un intento de realización tardío del plan de Leibniz cuyo saldo fue la victoria naval de Nelson y el descubrimiento de la Piedra Rosetta.

Hasta aquí la historia tal como cualquiera puede encontrarla relatada en casi cualquier parte, aunque sea, ciertamente, poco conocida. Leibniz aprovechó después magníficamente esos años de estancia en Paris para ponerse al día en filosofía, física y matemática modernas, haciéndolas avanzar después por su propia cuenta de manera prodigiosa. En realidad, a partir de entonces desarrolló extraordinariamente todas las materias científicas, las que ya existían y las que intuyó o creyó necesarias él mismo. Entre ellas, la unificación europea, que siguió en su mente desde aquel episodio político hasta el fin de sus días. De hecho, para el Príncipe Elector había escrito también un memorandum secreto titulado Securitas publica donde se indicaba que la motivación de desviar la agresividad de las potencias europeas hacia el exterior respondía al propósito de cohesionar Europa en aras de la conquista y aculturación del resto del mundo ¿Para qué luchar entre nosotros -venía a decir-, si tenemos la misión de mejorar La Tierra? Y a ello dedicó sus fuerzas maduras mediante proyectos de reconciliación de las iglesias cristianas, propuestas de enciclopedias, diseños de programas académicos y educativos, etc., para los cuales puso en marcha todo su genio e involucró a todos sus contactos.

Cómo han cambiado las cosas desde entonces. Oí decir a Josep Borrell el otro día que hay que empezar a imaginarse un mundo sin Europa. En tales circunstancias, me resulta grato recordar que fue un filósofo universalista, mucho antes que Jean Monnet, el primero que en una Europa profundamente desunida y que seguiría guerreando consigo misma unos siglos más, concibió la deseable fraternidad de los pueblos europeos –aún a costa, es cierto, de los turcos, que constituían una amenaza no por derrotada una y otra vez menos constante e importuna.

jueves, 12 de enero de 2012

El mundo nunca es suficiente (René Descartes, y III)

No obstante lo visto, la imagen ubicua de Descartes en ámbitos filosóficos e incluso extra-filosóficos consiste en subrayar que su reflexión representa la eclosión de la metafísica de la conciencia, en el sentido de que “pienso luego existo” como verdad primera y modélica significa que todo análisis y toda indagación acerca de la realidad debe arrancar desde el yo. Y lo cierto es que, una vez que nos hemos introducido en el terreno de esa llamada “conciencia”, no es posible ya de ningún modo salir de él, pese a lo que diga a este propósito el propio Descartes. No solamente Berkeley, sino toda la herencia moderna de Descartes hasta Kant e incluso hasta Husserl -Locke, Leibniz, Hume, Schopenhauer, Bergson, etc.-, va a confirmar por diversas vías teóricas esta constatación de lógica puramente filosófica. El propio Leibniz llegó a expresar muy gráficamente esta idea mediante el adagio de que la "monada no tiene ventanas", es decir, que la unidad -mónas, en griego- representacional de la conciencia no puede en ningún caso concebirse dotada de una suerte de "salidas al exterior" o, por el contrario, raíces en el "trasmundo externo": todo lo que en ella acontece sucede desde su interior y para su interior, en forma de ideas, impresiones, contenidos de conciencia o comoquiera que quiera llamársele. Dicho de otra manera: aquello que tiene la capacidad de hacer del mundo una representación suya, en términos de Schopenhauer, no puede ello mismo "salir" de esa misma representación para acceder a un hipotético -ahora sólo "hipotético"- "trasmundo" en-sí o no-representacional de donde extraer su material con destino a la conciencia, pues en el mismo momento en que así lo hiciera, tal materia quedaría inmediatamente envuelta o sería automáticamente apropiada -¡fagocitada!- por el Yo o la Consciencia misma sin posibilidad alguna de que pueda ser conocida o reconocida al margen o independientemente de las condiciones mismas de la representación consciente (esto sería como pensar que puede conocerse el color rojo un instante antes de ser visto, cuando la esencia misma del rojo está en ser visto, según este planteamiento). Así las cosas, no resulta extraño que con el paso del tiempo terminase triunfando en ciertos sectores la visión de Berkeley -ese pensador tan claro, tan convincente, tan borgesiano, siempre que no se ponga en cuestión su premisa principal-, y la hipótesis de ese "trasmundo externo" fuese tajantemente negada incluso por científicos y epistemólogos como Ernst Mach (y muchos otros: prácticamente toda la nómina de los descubridores de la física cuántica se adhirieron a la revisión del enfoque kantiano), a favor de la perspectiva de un mundo enteramente entregado a la percepción autosuficiente del sujeto consciente –en el inconsciente ni se piensa.

Sin embargo, el mismo francés trató de justificar la nouménica existencia de, al menos, una realidad externa a la conciencia -Dios, ya se sabe-, mediante el recurso a realidades netamente fenoménicas, o lo que es lo mismo: ideas o contenidos de conciencia. Incluso en cierto momento de su argumentación reconoce que toda idea sólo puede conducir por asociación o deducción a otra idea, nunca a una "cosa”, sólo que luego aducía (arteramente, a mi juicio) que, como el proceso de las ideas no puede encadenarse al infinito, entonces debe existir un arquetipo superior a ellas por lo menos en un caso eminente, no ya subjetivo -y ya no causa material, naturalmente-, que, por supuesto, es Dios. Pero... ¿quién puede admitir fácilmente esto? O sea, que en virtud de que el proceso no puede ser interminable -pero para que no lo sea, primero no hay que meterse en el berenjenal de asentar "yo pienso" como verdad de partida y a la res congitans como hecho fundante... ¿debo admitir, según Descartes, que todo el emana de una idea arquetípica que, sin dejar de ser idea, es a la vez entidad extra-subjetiva, en consecuencia, ahora sí, real? ¿No es esto –y ruego se me perdone la vehemencia de estas palabras- un flagrante contrasentido? Ahora bien, en la cuarta de las Meditaciones metafísicas, enseguida la interrogación teológica se torna gnoseológica, como era natural y previsible. La pregunta, entonces, es: ¿cómo son posibles los errores en el ámbito de la evidencia interna del sujeto congnoscente? Descartes responde que el error nunca puede ser defecto o privación por imperfección, que es la respuesta fácil que suele achacársele al pobre Blaise Pascal. Y no puede ser así por una razón bien sencilla: Descartes no quiere bajo ningún pretexto perder o limitar el campo duramente conquistado de la certeza subjetiva, que le ofrece, a su modo de ver, verdades incontestables, ni siquiera por veneración hacia el misterio transcendente de Dios (que es el "Dios de los filósofos", no de los creyentes, y por consiguiente desprovisto, malgré lui, de todo misterio). Error es, pues, la aplicación de la voluntad -o sea, de la capacidad dar o negar asentimiento a un juicio previamente formado- a un campo todavía desconocido o insuficientemente conocido, lo que no es más que otra versión de la propuesta socrática de que, en cuestiones de ciencia o de moral, el entendimiento preceda siempre a la voluntad.

A este respecto, el famoso ejemplo de los dos soles, más que el de la descomposición de la cera o el de los transeúntes que Descartes contempla circunspecto desde su ventana, resulta sumamente ilustrativo para acotar esta cuestión. El ejemplo reza así: hay dos soles, uno es el que divisamos con los ojos del cuerpo, presuntamente pequeñito y amonedado como un medallón, el otro, visto esta vez por el ojo de la mente, es una lejana estrella amarilla de gigantesco tamaño compuesta mayormente de helio en permanente combustión y etc., etc. Por la Gracia de Dios -o sea: porque Dios es gracioso, o porque sí-, asegura Descartes que las cosas finalmente existen, aunque no, desde luego, tal y como las percibimos, sino sólo en cuanto lo que en ellas hay de "objeto de geometría especulativa". De manera que lo que en el Astro Rey es objeto de geometría especulativa existe, y lo que no, no existe o es un error en el sentido que puntualizábamos antes. A este poderoso enfoque científico le sucede que, aparte de que nadie demasiado inculto desde los tiempos de los griegos ha dudado jamás acerca del verdadero tamaño del sol, no hay ni puede haber ningún engaño de los sentidos en tomar al sol por un medallón engastado en la bóveda celeste, puesto que, según la propia geometría especulativa -rama leyes de perspectiva-, efectivamente es así como debe percibirse un cuerpo distante desde el plano imaginario de la corteza terrestre. Por tanto, más que un error, el primer sol es una idea incompleta o "inadecuada", como las denominará Spinoza años después remitiéndose precisamente al mismo ejemplo. Pero lo importante aquí es notar que para Descartes una percepción no es más que un pensamiento oscura y confusamente engendrado, y, de este modo, percibir es lo mismo que razonar, sí, pero razonar deficitariamente. ¡Qué cosa más extraña, ¿no es cierto?!: así que cuando olemos, en realidad, sin darnos cuenta, razonamos, y el olor mismo fenoménico no es más que un fantasma residual de nuestra imaginación que excede de la pura operación raciocinante ¿Y que será, entonces, imaginar? De acuerdo con aquel atinado símil del quilígono, Descartes nos dice que imaginar es una cierta "tensión del ánimo", vuelta además hacia las pasiones o lo irracional del cuerpo. Pero de ahí no se concluye la existencia de cuerpos en general, y en este punto Descartes recapitula sobre los motivos generales de duda hacia los sentidos, internos y externos, corrigiendo severamente las "enseñanzas espontaneas de la naturaleza" -como la de que somos nuestro cuerpo, puesto que sus afecciones nos afectan, que vivimos en el espacio y en el tiempo, puesto que estamos “aquí” y “allí” “antes” o “después”, etc.-, en las que todo el resto de los hombres ingenuamente confiamos. Es la utilidad -continúa Descartes- la responsable última de mi confusión entre reglas de conducta y esencias o naturalezas (es cierto que así es difícil comprender el concepto de entidades subsistentes "fuera de mi"…) Mas las distorsiones de la imaginación o la parcialidad de la utilidad no constituyen excusa sobrada, a mi modesto parecer, para ontologizar la Razón hasta el punto de hacerla más substante y real que la realidad misma de las cosas sobre las cuales se supondría que tiene como misión el posar su límpida mirada. Hete aquí el secreto del sistema cartesiano y aquello que diferenciará –si algo lo hace- el racionalismo del empirismo en la filosofía de los siglos sucesivos: la concepción genuinamente metafísica de que el hombre, por un lado, no es más que un dispositivo abstracto (por inmaterial, a-histórico y vacío de determinaciones intrínsecas; no, desde luego, por inoperativo) de conocimiento, cuyos recuerdos, afectos y percepciones pueden ser descompuestas y cribadas en micropartículas de ideas y juicios, así como el mundo, por otra parte, no es más que el escenario yerto y yermo sobre el que aplicar sin medida la acción libre de ese conocimiento en aras de la infinita acumulación de la ciencia misma -y, acaso, de la industria del bienestar humano, como quería el viejo Francis Bacón y queremos casi todos.

“El mundo nunca es suficiente”, rotulábamos aquí, parafraseando uno de esos infames filmes de James Bond que a menudo van precedidos de unos títulos tan filosóficos. El mundo, en efecto, nunca es suficiente para un Yo omnipotente patológicamente incapaz de salir de sí mismo -“sin ventanas” para mirar más allá-, y que ha hecho del universo un gran laboratorio para sus experimentos teóricos y prácticos. Esto, que no es verdad ni es mentira, sino que es un simple hecho que hay que tener en cuenta, es lo que Occidente ha conquistado con la aportación del honorable galo. Fue un gran caballero, un augusto científico, un notable espadachín y seguramente el “último renacentista” (o “primer barroco”, que tanto da) de nuestra filosofía.

miércoles, 11 de enero de 2012

Dedicado a los "peces gordos"

Genios de la música interpretan "La vaca lechera"

http://youtu.be/3uHTGscQ75k

http://youtu.be/75p4EcQUPWU

http://youtu.be/IQXKIaZBDiE

http://youtu.be/3dOwF-2kyi8

http://youtu.be/IUIhBQq2R-Q

http://youtu.be/dxuEspFsWwA

http://youtu.be/lDDKpt2w0Bk

Santi Alba, autor teatral

http://www.circulobellasartes.com/ag_escenicas.php?ele=287&mod=futuro

martes, 10 de enero de 2012

A la sombra de Hamlet (René Descartes, II)

Aunque los ha conocido por legión, René Descartes apenas necesita de avalistas, ya que él supo a la perfección diseñar premonitoriamente su destino, como en una tentativa premeditada de construir una posteridad a su medida. Y este intento de invención de uno mismo en tanto proyección histórica del “hombre de una nueva era”, coronado por un éxito verdaderamente arrollador, lleva sobre todo el nombre de El discurso del método… La pregunta es… ¿qué tiene El discurso del método para ser uno de los libros de filosofía más estimados y, desde luego, más leídos y glosados de la historia? Estaría tentados a decir que, desde un punto de vista puramente exterior, no aparenta ser nada más que un pequeño escrito -¡a Descartes aún le parece demasiado largo!- de corte autobiográfico donde en el año 1637 su hasta entonces desconocido autor presenta a sus lectores algo así como el prototipo de sabiduría posible y alcanzable para el hombre sensato de la época. (De esta manera concreta es como es enfocado, por ejemplo, en una película que todos hemos visto con gusto, el Cyrano de Bergerac interpretado por Gerard Depardieu, donde en una determinada escena el protagonista -paradigma literario del hombre cultivado del siglo-, es sorprendido por el fragor de una batalla cercana leyendo absorto en un pajar la “novedad” de Monsieur Descartes). Pero hay más: desde un punto de vista interior -es decir, el que afecta a, y valorado por, la filosofía posterior-, representa nada menos que el manifiesto ejemplar de un revolucionario modo de interpretar la filosofía desde el “yo” que convierte por ello mismo de la noche a la mañana a Descartes en el padre legitimo e incuestionable de la filosofía moderna.
Se comprende, por tanto, la importancia perentoria de conocer lo antes posible aún superficialmente el pensamiento metafísico de Descartes. Su planteamiento representa algo así como la lengua materna que comparte todo el racionalismo ilustrado, el gesto original mediante el cual se instituye una suerte de vocabulario adánico para esa nueva tierra que es la modernidad filosófica. Descartes, aparte de su gran obra científica -que pronto cayó en el olvido por la supremacía de Newton-, es quizá, filosóficamente hablando, sólo este ademán y este vocabulario, pero son un ademán y un vocabulario rupturistas que transformaron la sensibilidad y los horizontes del saber durante las tres centurias más activas y vertiginosas de la historia europea. Y todo comienza con una frase, “pienso luego existo”, o, en la expresión latina empleada en Meditaciones metafísicas unos años después, cogito ergo sum. Constatar que, mientras dudo, estoy, no obstante, pensando, me saca del limbo, según Descartes, en el que me había sumido la hipótesis metodológica del genio maligno -que, por cierto, es el nombre que se dio en la Contrarreforma a la interpretación protestante de Dios: nuestro hombre constantemente haciendo guiños a los eclesiásticos de la Sorbona que han de aprobar sus escritos. Pero, como dijo Paul Valéry (Ensayos filosóficos, La balsa de la medusa)…

…No hay silogismo en el Cogito, ni siquiera hay un significado literal. Lo que hay es un abuso de autoridad, un acto reflejo del intelecto, un ser viviente y pensante que grita: ¡Ya basta! Vuestra duda no arraiga en mí. Me crearé otra que no sirve para nada, la llamaré una duda metódica. Tendrán que soportar en primer lugar que la inflija a sus proposiciones. Sus problemas no me llevan a ninguna parte; que yo exista, en una determinada filosofía, o que yo no exista, en otra, no cambia nada, ni en las cosas, ni en mi, ni en mis poderes, ni en mis pasiones (p. 36)

Por marcar su posición, pero sin levantar demasiadas sospechas, Descartes acuña ese cogito ergo sum que ya estaba explícitamente en San Agustín o en Guillermo de Ockham, empleando los tecnicismos escolásticos de la época que en gran medida lo desvirtúan…
…Digo que Cogito ergo sum carece de sentido, pues esa palabrita, Sum, carece de sentido. Nadie tiene, ni puede tener, la idea o la necesidad de decir: “Existo”, a menos que le hayan dado por muerto y proteste que no lo está; además dirá: estoy vivo. Pero bastaría con un grito o un pequeño movimiento. No: “Existo” no puede enseñar nada a nadie y no responde a ninguna pregunta inteligible. Pero esa palabra responde en este caso a otra cosa que trataré de explicar enseguida. Por otra parte, ¿qué sentido se le puede atribuir a una proposición cuya negativa expresaría el contenido tan bien como ella. Si el “Existo” expresa algo, el “no existo” no nos dice ni más ni menos. (Ibidem, p. 59)

En efecto, el hamletiano to be or not to be aquí no tiene cabida, puesto que Descartes no planea un suicidio, sino un nuevo camino para la filosofía para el cual toda la parafernalia de la duda no es más que teatrillo preparatorio, tal y como viene a afirmar de nuevo Valéry…

…No nos privamos de llegar a la conclusión de que vivimos en un mundo de apariencias con el resultado de deducciones que no tienen ninguna consecuencia positiva en nuestras vidas. Equivocados, soñando o no, en nada cambian nuestras sensaciones y nuestros actos. Parece sin embargo que esta posición es esencial a la filosofía: permite al filósofo decretar realidad lo que le place y lo que la fantasía de su reflexión le sugiere. Pero ese desafortunado nombre únicamente tiene sentido como uno de los términos de un contraste; a partir de entonces el sueño no existe y la reacción contra el sueño que le oponía una “realidad” se desvanece simultáneamente. (Ibidem, p. 62)

Total: “yo pienso” designa incuestionablemente un acto mientras que éste dura, pero no de modo muy distinto a “yo paseo”, como le advierte Thomas Hobbes, y ambos son funciones de un cuerpo, no fundamento de la realidad o Realidad Primera como entenderán enseguida para el primer caso el Obispo Berkeley y David Hume; “existo” es un tecnicismo tomista que, llanamente, sólo puede significar que aún conservo el pellejo; y en cuanto a si estamos soñando o no, tanto como acerca del proverbial engaño de los sentidos, el propio Descartes se encarga de señalarnos en los últimos párrafos de la última de las Meditaciones metafísicas que no pueden ser tomados demasiado en serio –sólo hay que leerlo…

lunes, 9 de enero de 2012

Cu-chu-cu-cuuuuu

El recurso del método (René Descartes, I)

“El Sr. Descartes, que era sin duda uno de los grandes espíritus de este siglo, se ha equivocado de una manera muy clara, y otros muchos ilustres personajes con él: no por ello se ponen en duda, sin embargo, sus luces ni su meticulosidad.” Carta a la princesa Elisabeth, 1678, G.W. Leibniz.

“La formula para trastocar el mundo no la buscamos en los libros sino vagando.” Guy Debord.


Henos aquí jugando a las presentaciones con Monsieur Descartes, como si hiciese falta, siendo uno de los pensadores que más afecto y adhesión personales ha creado a su alrededor en la cultura a lo largo de los tiempos, siendo como es el mayor de todos en esta peculiar especialidad intelectual -para la que también hay que valer, sin duda-, que consiste en saber irradiar confianza cordial en una filosofía y su autor. “Personales”, decimos, porque el magnetismo que hay que atribuir a otros colosos como, por ejemplo, Karl Marx, aunque numéricamente es masivo en comparación con las pequeñas cofradías formadas aquí y allá en torno al “sentimiento de Descartes”, resulta una simpatía que radica, sin embargo, en una atracción de naturaleza radicalmente distinta: dura, idolatra, grupal, organizada -a veces incluso fanatizada-, y, en general, más parecida al efecto mecánico que la influencia de la luna ejerce sobre las mareas que al efecto solitario, íntimo, espiritual, que, más semejante ahora al hechizo que la luna ejerce sobre los lobos o los enamorados, René Descartes produce entre sus exquisitos cultores. Conviene especificar, pues: Descartes, ya está dicho, es el autor más “personal” de los tiempos modernos, en el solo sentido de que a Descartes se le tiene -literatos, profesores de filosofía, poetas, gente de a pie aficionada, etc.- auténtico cariño a primera vista, una afinidad de cuya sinceridad cabe tanto menos sospechar cuanto que el propio Descartes apenas dio pie para ello ¿Pero cómo se puede uno prendar de esa manera de un clásico más bien estirado que, además, no escribía sino -prácticamente en exclusiva- sobre ciencias? La respuesta más inmediata es El discurso del método, radiografía en miniatura del feelling cartesiano de la filosofía, breve pero gran libro para juzgar el cual suscribimos aquí la frase de Leibniz que encabeza este comentario, es decir, que sí, que Descartes es un portento singular de las ciencias, aunque es igualmente cierto que se equivocó mucho en cuestiones metafísicas, para las que quizá estaba por su formación menos dotado, pero en las que no cabe duda que se demostró incomparablemente original a su irrepetible manera.

No obstante, la originalidad tiene un precio… ¡Dudar de la validez para el conocimiento de todo aquello que no sea tan evidente como un teorema matemático! ¡¿Qué nos quedaría, qué podríamos pretender conocer de las leyes que rigen el mundo que nos rodea?! Se abre un abismo espantoso de incertidumbre bajo los pies del hombre que tiene poco de novedoso de mi parte subrayar ahora; creo, pues, que conviene “dudar de la propia duda”, como escribió en su día Manuel Vázquez Montalbán -seguramente tomándolo de algún slogan del Mayo francés… Dijo Karl Löwith que El Discurso… es la entrada en escena del hombre secularizado, o, lo que es lo mismo: el manifiesto fundacional donde el hombre individual, encarnado por el propio Descartes, se emancipa del paternalismo del dogma religioso, adquiere voz propia y decide autónomamente hacer de su propio entendimiento la medida de un mundo que, a partir de ese instante, pasa a ser el suyo propio. En este concreto aspecto, la cita de Debord que hemos consignado arriba define la actitud inicial de Descartes: el desarraigo de la cultura heredada, el impulso a alejarse de las confusiones del pasado, el rechazo del peso de las autoridades tradicionales, y, derivado de todo ello, el anhelo de dejarse ir y mirar el mundo con los propios ojos. Todo esto, un tanto hagiográfico, que señala la leyenda del Descartes beatnick, siendo rotundamente cierto, es sólo la mitad menos valiosa de la verdad. La otra mitad consiste en la búsqueda por parte de Descartes del equilibrio que saque de la duda y del “vagabundeo” proporcionándole la tarea que le devuelva no solo a un mundo suyo, sino a la restauración de un mundo común, del mundo a la medida del hombre secularizado mencionado por Löwith. Y esta tarea de reconstrucción es la que facilita justamente el método: Descartes es, sobre todo, el filosofo del método y de la confianza metódica, tanto en la matemática como en la antropología, en la ciencia igual que en la vida. El “recurso del método” -título que hemos tomado, claro, de Alejo Carpentier- es precisamente el recurso a un camino seguro (esto significa meta-odos: camino) que desde el naufragio restituya a la salvación en la certeza. Por consiguiente, son “el” Método científico, y “la” Certeza objetiva obtenida con él, los temas dominantes de la melodía cartesiana, y también el legado más importante dejado por el filósofo para el futuro. Si, además, pensamos en que los únicos predecesores en este punto que tuvo Descartes fueron Galileo Galilei -que no dejó más que indicaciones poco claras acerca del uso del método hipotético/deductivo-, y Francis Bacon -que once años antes de la publicación de El Discurso… proponía un método negativo (la previa supresión de los idola condicionantes del juicio) de observación experimental que daba lugar tan solo a generalizaciones probables-, comprenderemos mejor el tremendo impacto que supuso la sencillez, claridad y eficacia de la sistematización cartesiana del saber en los tiempos modernos, convincente en ciertos importantes aspectos para algunos recalcitrantes lectores incluso hoy en día.

¿El truco? Pues el gran truco, además de ese estupendo retrato de Hals –probablemente la mejor pintura de filósofo de nuestra historia-, estriba en que Descartes reduce a un único tronco común la constelación de las ciencias que le precedían. Aristóteles, en efecto, había dividido las ciencias conforme al género de realidad al que se aplicaban, y, así, no era lo mismo encargarse de la Geometría (que pertenece al género de las figuras), que de la Aritmética (que pertenece al dominio del número); no digamos ya si además hablamos, por ejemplo, del reino del Color y de la Luz, que precisa de una clasificación aparte. Descartes, sin embargo, conjuga ambas en su creación de la Geometría Analítica, y hace de la teoría de la luz un capítulo de la Cinética con arreglo a esa nueva Geometría -no debemos olvidar que El Discurso… es la introducción general a tres tratados científicos. En cuanto a su más resonante descubrimiento, aquel que reza “pienso luego existo”, será reseñado sin piedad en una siguiente entrada.

domingo, 8 de enero de 2012

Liándola parda

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Viejos/nuevos/filosofos/elpepiopi/20111118elpepiopi_13/Tes

El zoo de Gepetto, III



sábado, 7 de enero de 2012

viernes, 6 de enero de 2012

Pharmakón, soneto por Mario R.

La muerte, Meneceo he de decirte,
no debe estremecerte ni angustiarte;
es vano por lo vano preocuparte:
¿acaso puede nada en algo herirte?

El cese del sentir, eso es morirte;
la sola sensación deja guiarte:
placer, dolor, del vivo forman parte;
¿qué puede, al no sentir, daño inflingirte?


La muerte en el vivir no halla cabida,
la vida, ante el morir, halla igual suerte.
"Morir desapegado de la vida,

vivir despreocupado de la muerte",
el sabio juzga ser justa medida
del arte de la vida y de la muerte.

jueves, 5 de enero de 2012

Little Feyerabend

Papeles póstumos del club Einstein

  Siempre he estado especialmente orgulloso del arte de marcharse (die Kunst des Abmarsches).” Paul Ehrlich, descubridor de la quimioterapia.

“Perdóname, Newton” fue la frase que a modo de retórica e ingeniosa declaración de una indeseada victoria popularizó Einstein tras sojuzgar con la fría espada de sus ecuaciones nada menos que a Su Eterna Majestad El Tiempo, todavía un tanto altanera y desdeñosa para con el ilustre inglés. Recibidas las disculpas, lo cierto es que la conquista del trono newtoniano le valió a Albert Einstein hace unos pocos años otro pequeño empujón más en su ya, en cualquier caso, seguro ascenso a la inmortalidad, al haber sido nombrado “Hombre del Siglo XX” tanto por las razones de conveniencia típicas de todo premio de esta teatral envergadura (el siempre exagerado escritor austríaco Thomas Bernhard decía que recibir un premio grande o pequeño es como permitir que le defequen a uno en la cabeza, posibilidad de la que su casi paisano está, a estas alturas, enteramente a salvo, le guste o no), como por motivos completamente legítimos que no hacen más que expresar la admiración que, con toda justicia, tributamos la gente corriente a aquellos que son capaces de subirse con las solas fuerzas de su intelecto a lomos de la Naturaleza y domarla como al potro salvaje que es, lo que es decir: comprensiva pero enérgicamente. En este sentido, quizá el movimiento ecologista pudiera no estar muy de acuerdo con este premio, puesto que ellos piensan que la Naturaleza es más bien, en cambio, una suerte de un animalillo pacífico y manso necesitado de protección, y, así, abominan de las inevitables centrales nucleares a que dio lugar la fórmula del intercambio de materia por energía –pero tales instalaciones no solo no retroceden, sino que parecen ir en auge, como las restantes aplicaciones realizadas sobre el Einstein maduro. Al fin y al cabo, es una triste verdad, pero como un auténtico templo, que domesticar por completo a la Naturaleza o al menos laborar en pro de ello es producir una transformación de más largo alcance y consecuencias de lo que presumen los ideólogos del confort tecnocientífico (algunos, por cierto, españoles, y no de los menos radicales…), pero al mérito de Einstein corresponde el privilegio de serle indultado todo. En parte esto es así, a mi modo de ver, porque, paradójicamente, el Personaje del pasado Siglo XX mirado de cerca ostenta todavía un perfil humano y personal muy del estilo fin de siecle, y de esta manera nos facilita otorgar credibilidad histórica a sus palabras (sin duda ingenuamente sinceras) de que sus investigaciones estaban guiadas únicamente por una desinteresada avidez en descubrir los Secretos Pilares de la Creación –un hecho, por cierto, que no puede mitigar ese célebre icono del genio sacando la lengua con el que los norteamericanos se lo terminaron de apropiar.

El diminuto neutrino, que por no tener no tiene ni masa, difícilmente puede aplastar tanta gloria. Un acelerador de partículas, por carísimo y sofisticado que sea, desiste de luchar contra un oficinista que en sus ratos libres se pregunta por el problema de la ausencia experimental del éter. Kaspárov podrá perder frente a una máquina, pero esa máquina la han programado en base a cientos de jugadas de Kaspárov, entre otros. Cuando Einstein sea destronado -lo cual, sin sombra alguna de dudas, tarde o temprano sucederá-, la petición de perdón le será allegada por toda una comunidad científica global conectada en red. Entonces sí, pero no antes, aquel lector de Schopenhauer pondrá en práctica con elegancia decimonónica y grave continente el sabio y sutil arte de marcharse.

Ese venerable ancianito, envíado por Miguel G.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142091