Entonces entran en escena los jesuitas, orden fundada en 1534 con base en la Contrarreforma, impulsados por un nuevo “cuarto voto” que impone acudir a donde se les llame, de estructura jerarquica militar y que se guían por un espíritu tanto de valoración de la enseñanza (versados incluso en innovaciones científicas para absorverlas en provecho propio), como de valoración asimismo de la influencia que pudieran ejercer sobre mandatarios y cargos públicos. En particular, Matteo Ricci, que estuvo en el imperio milenario entre 1583 y 1610, y sus sucesores, fueron encumbrados en la corte china por la utilidad y solaz de sus múltiples mañas y sapiencias (liberalidad casuista demostrada in partibus infidelium hasta que en 1704 Clemente XI se inclinó por la rigidez, irritando a K´ang-hsi, tanto que en 1773 fue abolida su demasiado exitosa misión). Ricci propugnó un principio de "salvación natural” de los sabios chinos, contra taoistas y budistas. En realidad, la China fue idealizada en parte porque los jesuitas necesitaban nuevos reclutas fieles para la causa: "un imperio -escribió Hudson- tan antiguo como Roma, pero vivo en el presente, tan populoso como Europa entera, libre de los privilegios de clase, nobleza o Iglesia, regido por una realeza de institución celestial a través de una burocrácia de funcionarios sabios".
Ya en los siglos XVIII y XIX, el discurso occidenal pasa a plantear la imagen de China como un "pueblo etenamente inmovil", fosilizado según Condorcet y Herder. Para Hegel, China carece de historia porque carece de pasado -sin embargo, su nacimiento coincide aproximadamente con el griego: Hegel se refiere a experiencias históricas dramáticas, críticas. De ahí que la “Ciencia Histórica” se reservase únicamente para el alto desarrollo decimonónico occidental, mientras que para los extraeuropeos se urdió la etnología -idea monolinear que los arqueologos vinieron a reforzar. Más tarde, esta posición se generaliza como antítesis Oriente/Occidente: "Aumente Dios a Jafet (Europa), y habite las tierras de Sem", del Génesis. Northop define la China como un "contínuo estético indiferenciado", y comienza el llamado "mundo de la pagoda y el sauce", o sea: fluido comercio de objetos artísticos procedentes de China desde la segunda mitad del s. XVIII, sin olvidar el importante capítulo de la porcelana -laca y sedas para Luis XIV. Se da, sin perjuicio de ello, una cierta marea baja en s. XIX, expresada como frivolidad chinofílica y como aparición de un cierto desprecio de estrechas miras nacido de los misioneros protestantes, que se gozan de una conciencia de superioridad colonialista –pronto las ignominiosas “guerras del opio”: hay quién piensa que barrer el confucianismo dejo el terreno libre al comunismo…
Hoy, en la propia China alienta la querella entre occidentalistas y sinocentristas (que se atrincheran en asimilar tecnología, marketing, gestión, informática… pero ni un regalo más de los barbaros extranjeros -gweilos-, línea ideológica emergida en 1899: ziquiang o reforzamiento).
Resumen de El camaleón chino, Raymond Dawson, 1960.
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