En La ignorancia, de Milan Kundera:
Schönberg era consciente de la existencia de esa bacteria. Ya en 1930 escribía: “La radio es un enemigo, un despiadado enemigo que avanza irresistiblemente y contra el que toda resistencia es vana”; la radio, “sin sentido alguno de la medida, nos atiborra de música (...), sin preguntarse si queremos escucharla, si tenemos la posibilidad de percibirla”, de tal manera que la música pasa a ser un simple ruido, un ruido entre otros ruidos.
La radio fue el pequeño arroyo en el que todo empezó. Llegaron después otros medios técnicos para reproducir, multiplicar, aumentar el sonido, y el arroyo se convirtió en un inmenso río. Si antaño se escuchaba música por amor a la música, hoy aúlla constantemente por todas partes “sin preguntarse si queremos escucharla”, aúlla por altavoces de los coches, en los restaurantes, en los ascensores, en las calles, en las salas de espera, en los gimnasios, en las orejas taponadas por los “walkman”; música reescrita, reinstrumentada, acortada, desgajada, fragmentos de rock, de jazz, de óperas, flujo en que todo se entremezcla sin que se sepa quién es el compositor (la música convertida en ruido es anónima), sin que se distinga el principio del fin (la música convertida en ruido no sabe de formas): el agua sucia de la música en la que muere la música.
martes, 3 de abril de 2012
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