Blog de crítica de la cultura y otras balas de fogueo al gusto de Óscar S.

Encuadre: página de "Batman: Year One", Frank Miller y David Mazzucchelli, 1986-7, números 404 a 407 de la serie.

lunes, 3 de mayo de 2010

Pequeñas y grandes miserias de los grandes y pequeños pensadores (II): el Nietzsche, Fede

Fantástica la selección de textos de Nietzsche de Simón Royo en la sección de materiales para profesores de filosofía de secundaria. El trabajo de selección, me refiero, no los textos mismos, que muchos son conspícuamente repulsivos. No por su prosa, desde luego, que lo mismo da, sino por su contenido. Frases como "La miseria del hombre que vive en condiciones difíciles debe ser aumentada para que un pequeño número de hombres olímpicos pueda acometer la creación de un mundo artístico" deberían constar a justo merecimiento en una historia de la infamia. Imbecilidades parecidas ya habían escrito Carlyle o De Maistre antes que Nietzsche, como las escribirían después Jünger u Ortega, pero no con tanta crueldad misantrópica. Apliquemos el método de Nietzsche, la psicología, a él mismo: el jóven admirador de Wagner que exigía tanto de su ídolo que finalmente no pudo soportar que el músico-mesias no se tornase lider-mesias y paso primero a envidiarle, luego a odiarle. Un odio muy singular, por cierto, dado que seguía enjaulando una rabiosa veneración, de manera que no se dió el caso de que Nietzsche abandonase del todo al gran hombre para detener por rechazo su atención en el hombre corriente. Éste, el hombre corriente, continuaba condenado en la mente de Nietzsche, ocupado como estaba en otros pensamientos, que se pueden recrear parafraseándo el Zaratustra: "si un verdadero Wagner existiese, ¿porqué no iba a ser ese Wagner yo mismo?". Además, ¿no era aquel desprecio por la masa también la actitud de partida del otro, del ya muerto, del filósofo, de Schopenhauer? Claro que a éste igualmente había que superarle (odi et amo de nuevo), pero al menos marcaba una línea vital para Nietzsche: poco dotado para la música, iba a ser filósofo como Schopenhauer, pero un genuino lider-filósofo. Se iba a enterar Wagner de cómo se hacen las cosas. Entre tanto, todo aquel que fuese menos todavía que Wagner era pura mierda. No obstante, personalmente Nietzsche era de trato tímido, bipolar, climatérico y de lágrima fácil. Por escrito nos crecemos todos, faltaría más, sobre todo a falta de crítica pública.

Pero lo cierto es que todas las razones que aporta Nietzsche contra el hombre corriente ya las saben muy bien todos los hombre corrientes, sólo que no encuentra en ellas motivos de asco. Será porque a ellos los Wagner del mundo les importan lo justo. Novalis había escrito algo muy adecuado para Nietzsche incluso antes de que naciera: "El ideal de la moralidad no tiene ningún competidor más peligroso que el ideal de la fortaleza suprema, de la vida más enérgica, cosa a la cual se ha dado también el nombre de "el ideal de la grandeza estética" (en el fondo, de manera muy acertada, pero, en cuanto a lo que se opina, de manera muy falsa). Ese ideal es el máximo del bárbaro y tiene, por desgracia, en estos tiempos de una cultura que se esta embruteciendo, muchisimos seguidores entre los más debiluchos. Ese ideal convierte al hombre en un espíritu-animal, una amalgama cuya gracia brutal tiene precisamente una brutal fuerza de atracción para los debiluchos" (citado en "Schopenhauer, Nietzsche, Freud", Thoman Mann, Alianza, pg. 121). En "La esfera y la cruz", también Chesterton hace aparecer a un defensor teórico de la fuerza, que escapa corriendo en cuanto le tienden una espada. El mismo Chesterton era un tipo que, a diferencia de Nietzsche, caía bien a todo el mundo, tenía familia, era leído y era criticado, llevaba un espadín en su bastón por si -obeso como era- había que defender el honor de una dama o desafiar a un dragón. Estoy dispuesto a redactar una (auto-) defensa de la sabiduria del hombre común, siempre que alguién se declarase adicto al feo papel de adorar únicamente al hombre excepcional: Chesterton contra Nietzsche. Es innegable que el segundo tiene sus grandezas, como el primero sus bobadas (he contado una), lo único que quería decir aquí es éstas últimas nunca hicieron daño a nadie -ni siquiera a él mismo.

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