domingo, 24 de julio de 2011
El día en que se perdió un mal camarero
Cuando necesitaba un curro bien currado desesperadamente, encontré una familia bastante maja con un bareto menesteroso en Getafe, de los que ya no hay. Me podrían haber adoptado perfectamente, en menos de una tarde/noche, y con mi aquiescencia. No digo más que el padre estaba dispuesto a prohijarme, y el hijo, a hermanarme. Pasé la prueba de nivel con suficiente raspado, capítulo manejo de bandeja "progresa adecuadamente", pero mi madre me encontró un empleo mejor, o sea, peor. Los contactos ya se sabe: más vale que sean muy-muy buenos, o que no sean. Aún conservo con cariño un abrebotellas con cadenita de bola de billar que robé sin querer aquella noche, honrando una vida posible. En cambio, hay quien lo hace realmente bien, pese a todo. F., cerca de mi casa, es el summum de la cordialidad, la personificación personificada, si se puede redundar así. Conoce a todo el mundo, trata a todos como si fuesen de la familia, es fea como un diablo, pero no hay quién no la vea como un ángel. Claro que no le gusta ir a trabajar, como a todos, pero eso no le impide ser un encanto después, involuntariamente. He oído que cuando Sabina cantó su canción sobre la Magdalena a una puta real, ésta no entendió nada: lo normal. F., que se lo merece con creces y no es mitológica, tampoco entendería a qué vienen estas cosas sobre ella, pero por motivos menos orgásmicos. Es decir, sólo sirve copas, como Ganímedes. Pero visitadla y veréis: cobrando incluso menos de lo justo, y procedente de Galicia, la novia de España y parte del girismo comunitario, indiscutiblemente.
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Dberíamos ir a verla. Y se lo lees.
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