Esta noche he soñado que todo se deterioraba a velocidad record, y el mundo entero tenía los días contadísimos (veinte más o menos). La imperfección, la mugre, la vejez, la corrupción, la enfermedad y la descomposión se cebaba sobre todo, como en una hipertrofia de la repugnancia platónica por el plano sensible -la existencia un vómito de Platón. Mi familia y yo esperábamos largas colas de racionamiento para recibir no más que mierdas, cada día que amanecía encontrándonos más sucios, estropeados y desesperados. En una de estas, mi hijo, perdida ya toda alegría, le quitaba un mendrugo asqueroso a otro niño, y Rita le llevaba a una esquina oscura para darle una última reprimenda tan espantosa y desoladora como que le sabía condenado.
Nunca he leído El país de las últimas cosas de Auster, no: es sólo la pesadilla de una mente friki, necia y sensible en tiempos de crisis y recesión anunciada, cuyo relato dedico a aquellos que nunca han sentido ni sentirán nada parecido, arrellanados en sus tronos, justificándose por el móvil o mojando los pies en sus piscinas...