miércoles, 21 de diciembre de 2011
Existencia(lismo) y materia(lismo)
Acerca del existencialismo tengo desde hace años un duro prejuicio que no me he encargado de remover. En cualquier caso, no creo que nada griego tenga que ver con eso, dado que es una corriente netamente espiritualista, una suerte de herejía cristiana donde Dios figura como el padre borracho y maltratador del cual el existencialista prefiere renegar. Resulta así una suerte de huérfano voluntario que ya no busca una identidad, como el reverso de un niño de Dickens, haciendo de su desarraigo una aristocracia. Y la relación con el materialismo es aún más polémica: Sartre es el gurú que más ha hecho por aniquilar el animismo sagrado de los objetos, de modo que para él todo lo que no sea drama interior está muerto, es tonto y opaco a toda esencia específica. Desde este punto de vista, nadie tan manifiestamente materialista. Pero es que el materialismo nunca ha sido eso tan terrorífico -las cosas como sepulcro-, sino, como digo, o bien hilozoismo en Grecia (todo tiene vida), o bien posibilidad latente de un uso humano en la modernidad. Prueba de lo segundo la ofrece la contestación de un marxista a el famoso opúsculo-conferencia El existencialismo es un humanismo. Le da sopas con honda. Prueba de lo primero es que ni siquiera para el más radical atomista griego hay una desconexión entre piedrecitas inertes y el fenómeno generalizado de la vida. La última se explica por las primeras, a las que hay que imaginar pulsantes, vibrantes, cualitativas, cohesionadas, entrejidas como un mosaico multicolor, y no al modo del atomismo newtoniano -quizá por eso no formularon el principio de inercia, o sea, de lo inerte. Lo visible móvil se urde en lo invisible eternamente inquieto, eso es todo. Pero no es poco: aquí la biología no es enemiga de la física, y, si me explico bien, para un Epicuro no hay ningún misterio en el hecho de que haya vida en un universo muerto, como ocurre en la ciencia actual.