Después de medio año sin pisar una librería moderna, una boutique del libro do moran las novedades, pruebo a adquirir una "novela actual" a la que le había echado el ojo hace tiempo. Veinte eurazos en modo crisis para Anagrama. Empiezo y trata de nada, o sea, del estilista de turno sacando instantaneas verborreicas de situaciones de interior, en el espíritu de que la vida de la gente anónima es puro teatro de pasiones y anhelos, más bien tristes por cierto. Para darle profundidad utiliza palabros filosóficos fuera de contexto que me ponen más nervioso. Se supone, en fin, que el lector recorrerá ese desierto convencido de estar enriqueciendo su mirada sobre los demás, o su vocabulario, o algo así. La literatura como lupa insípida o diccionario de sentimientos. Autor prestigioso, título rimbombante y premios.
A la vez, voy terminando Una historia en dos ciudades. Los alrededores, las inminencias, la sísmica de la Revolución Francesa contada por un señor que ha nacido para ello. Dos euros en el pasadizo de San Ginés, tapa dura y fantástica traducción. Y el problema no es que resulte injusto poner al mismo nivel al gran Dickens y a un fichaje editorial (injusticia que no veo, puesto que ambos se disputan igualmente ocupar nuestro tiempo y llenar nuestra cabeza), el problema es que el segundo no tiene asunto, así que adensa la forma. Naturalmente, a Dickens se le puede reprochar que trata su tremendo asunto parcialmente, arrimando el ascua a su sardina, pero es que si el otro no ideologiza no es por su más progresada virtud, sino porque no tiene donde hacerlo.
Entiendo, en fin, que el diktum romántico de la indistinción entre forma y contenido -priorizando siempre la forma, puesto que hablamos de arte- es una falacia interesada. Coge algo como la Revolución Francesa, piensa a fondo lo que semejante acontecimiento supuso para nosotros, y deja que la forma se proponga sola. Pero si no tienes algo así entre los dientes, relee a Joyce o a Proust y déjanos en paz. Dos simples, concretas ciudades, en la vastedad del cosmos, frente a los infinitos de la subjetividad, y no hay puñetero color...
jueves, 26 de julio de 2012
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¿Y se puede saber a qué viene esa prudencia para no delatar al canalla que escribe sobre nada?
ResponderEliminarTanto remilgo me lleva a sospechar que en algo andas metido... tal vez te una algún lazo familiar con el farsante anagrámico... tal vez sea alguien poderoso a quien no conviene molestar...
¡Ponlo en medio de la plaza cojones! Y deja que los perros le comamos las entrañas, que para eso estamos, que para eso nos pagan...
Un beso (con dientes)
La última frase da el título, pero está feo señalar...
ResponderEliminarJohn Banville es un maestro, y su escritura un placer sensual sin interrupciones.
ResponderEliminarPues eso será: que no me va enrrollarme con los autores.
ResponderEliminarYO ya te lo dije: Que si no tengo nada que contar, para qué me voy a poner a emborronar páginas con pajas mentales sin forma definida, y tú: que tienes que escribir, y mira, pasado el tiempo tú solito me das la razón.
ResponderEliminarTampoco se trata de desempolvar la guerra civil entre forma y fondo. Hay muchos ejemplos que están en el Umbral entre una cosa y la otra. Eso sí, los clásicos ganan la guerra ante las novedades, por definición.
ResponderEliminarHay una conexión entre lo que decís: ese Umbral era paja mental sin forma definida. Luego me pongo con el Doctor Johnson, por ser moderno...
ResponderEliminar...y por qué no haceis del pajamentalismo un estilo. Pero no de blogs, no. De los de editoriales serias y premios. Que se os vea en las distancias largas, no en las cortas.
ResponderEliminarVenga valientes. A ver vuestra capacidad eyaculatoria.
Es verdad. Pero tú primero.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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