En ausencia de cielo (pero no de orden, ni de destino), los estoicos lo formularon así: la virtud es su propia recompensa. Pobre consuelo, o gran fortaleza para tan pobre consuelo. Hoy, vistas las cosas, estoy tentado de ser más duro aún que los propios estoicos y rebajarlo a el signo inconfundible de la virtud es que nunca jamás tiene recompensas. Observa una acción, y si su agente no obtiene de realizarla más que confirmación de su nula contrapartida, podrás calificarla inequivocamente de virtuosa. El estoico añadiría que además ese señor ha conseguido superar a los demás y superarse a sí mismo, que es un sabio o que va camino de serlo. Como la gente común sólo tenía como moral el cristianismo y constata a diario que es un nido de víboras, no pasa de sentirse insignificante cuando hace lo que debe, lo que toca, lo que está bien. Pero no es verdad. En realidad, hay una recompensa, aunque frágil y poco reconocida socialmente. El virtuoso es amigo de otros virtuosos, y en ellos halla retribución. Nada más. El hecho de que cambiando las circunstancias él mismo, o sus amigos, pudiesen pensárselo dos veces, no debe producirle innecesarios dolores de cabeza. Porque cómo negarlo: el vicioso es aquel cuyas circunstancias cambiaron y con ellas su círculo de amigos, igual que nos podría haberle ocurrido a cualquiera, con lo que se perdió irremediable pero alegremente. Eso, y no mucho más que eso, es un corrupto. Un corrupto es un amigo de corruptos, impepinablemente, digamos que es una subespecie de hombres que raramente produce ejemplares solitarios. Entre ellos se entienden, compiten y lo pasan bien. Luego terminan todos peleados, pero siempre hay otro círculo corrupto de acogida. Los virtuosos, en cambio, conservan a los mismos amigos, a la vez que los mismos amigos les conservan a ellos virtuosos, y por ese vínculo les conocereis.
De ahí que Aristóteles dedicase dos libros de la Ética a Nicómaco a la amistad, cosa que nunca se ha explicado suficientemente más que con gazmoñerías del estilo de "qué bonito" y demás. Amistad en la virtud, no en los honores o en el lucro. El amigo quiere para el amigo los honores y el lucro, pero no por razón de ellos. No vaya a ser que la falta de fama o riqueza para el mérito nos malogre al amigo. La moral es, pues, un espejo que los allegados nos tienden, y resulta evidente que los cabrones se ven más guapos que el resto, pero engañados, lo cual no significa que terminen pagando ese engaño. El poder es el retrato de Dorian Gray, más allá del ingenuo Wilde. Resumiendo, dime con quién andas y te diré qué eres, pura sabiduría popular...
martes, 11 de septiembre de 2012
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Olvidaba que los mismos estoicos lo supieron: El De amicitia o Laelius de Cicerón.
ResponderEliminar¡Cuán virtuoso he de ser! Y aún santo... con tan entrañables... y laberínticos amigos como tú.
ResponderEliminarSanto es el amigo de Dios, que por su parte es santo sin ser amigo de nadie más que de sí mismo, conque no me mezcles cosas ni nos metas en laberintos teológicos.
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