jueves, 11 de febrero de 2010
La viña del Señor
Salir para cualquier recado u ociosidad por la zona centro de Madrid supone toparse-cruzarse con una o dos "personalidades" públicas por vez, lo cual, multiplicado por, digamos, la mitad de los días del año, sale una cifra alta de caretos conocidos deambulando por tu barrio. Digo "personalidades" porque muchos no son exactamente "famosos" como se entiende ahora, o sea, guiñoles de la tele. Ayer, por ejemplo, vi a Javier Marías -desde esa mañana tenía que preguntarle porqué carga ciertas ediciones con paja del "Reino de Redonda", qué es eso y a cuento de qué nos las encarece, pero pensé que estaría mejor explicado en google-, y al tipo aquel de educación alemana al que el tamayazo robó la comunidad de Madrid -sin escolta, ignorante de cómo se las gasta la Aguirre, o a sabiendas de que ya no importa. El coleccionista de autógrafos también podría hacer su agosto con actores y cantantes, pero tampoco esto es Beverly Hills. Además, van todos con gesto de noli me tangere, de modo que si les molestas seguro que se mudan de paisaje urbano. En las afueras habrá otros, más imbuidos del espíritu elitista de la susodicha California. El caso es que bajo los balcones de mi quelo también hay media docena de chillones sin-techo, y esos sí que imponen su presencia sin burbujas unipersonales, a golpe de colarse con descaro en la tuya propia. Viven aquí, literalmente, y si no fuese por el frío estarían a gusto y sin moverse con sus cosas todo el año. Practican el cinismo antiguo sin saberlo, siendo groseros con los mismos a los que pasan la gorra. ¡Qué época aquella de Atenas en la que eran estos últimos los que escribían los libros! Pero tampoco esto es Atenas (por lo menos no dejando a un lado los pronósticos macroeconómicos...) Si uno viviese rodeado de guapos y guapas modelos en una piscina californiana, el Gran Wyoming sería un estimulante asesino del tedio y todos le amarían. Asimismo, si uno viviese rodeado de vociferantes y sedentarios sin-techo de escasa higiene, una camisa de seda harapienta y una bicicleta te convertirían en rey. Todavía no sé con qué quedarme...
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