Cuando era un filósofo recalcitrante, a mí me solía poner mucho el Verdú. Era, desde luego, consciente de que imitaba la escritura de Baudrillard, pero como nos lo hacía más fácil que el francés (hay filosofía mala, buena y francesa, decían...), me dejaba penetrar con alegría -ya, menuda "primera persona" la suya: eso pasa siempre. Desde luego, son un par de pervertidos los dos, que te excitan mucho al principio con sus voluptuosidades parisinas y luego te clavan una morcilla más bien flácida propia de viejos verdes. De hecho, el Verdú debe andar ya por los 66, y de ahí el psicólogo de a pie deducirá sabrosas pistas acerca de su necesidad de ser el más moderno de todos, "el más valiente entre mil". Ahora hay otro Verdú más bisoño imitando al imitador en El País, y no consigo establecer la filiación a través del google. El estilo de este último es más claro, sus lecturas, más fáciles, y sus temas, en efecto, más blogueros. ¿Querrá el padre vivir desde el hijo como "un acartonado Frankenstein"? No es de nuestra incumbencia.
Lo llamativo es que la predica del tal no anda buscando con el fanal a los literatos del futuro, sino que simplemente describe con riqueza de adjetivación mohosa lo que lleva habiendo hace más de treinta años. Recuerdo que hablamos de Quim Monzó o Sergi Pamies en la España post-transición; puedo unir los nombres de Amélie Nothomb y ese que leímos, Alberto Olmo u Olmos, en la actualidad. Anagrama y otras deben estar llenas. Por no hablar de la generación nocilla, la generación mutante, la generación 0 y etc., todo lo que recibe sonoros nombres en la promoción editorial so capa de vanguardismo juvenil y que, como rimaba Machado, desprecia cuanto ignora. Los vanguardismos son siempre sospechosos: dicen que van a acabar con el excelente academicismo de un Ingrés y a cambio te devuelven una tela llena de manchas embadurnada en cinco minutos. Como generaciones son bien efímeras, pues siempre tienen pisándoles los talones otras que haciendo uso del Edipo reclaman su derecho a matar al padre para ocupar su lugar. Los dioses por lo visto se divierten mucho con estos crimenes familiares, bien entendido que me refiero, desde luego, a los dioses de la edición. Bien, con su pan se lo coman. (O nos lo comamos, porque esa maniera realmente está al alcance de cualquiera: en esto, más que democrático, es punk. Yo, que adolezco de imaginación y juventud pero no de lenguaje e ironía, lo haría encantado, de verdad, pero evitando el preludio edípico, por verguenza torera).
Y esa es la cuestión. Verdú es responsable en España desde antaño de la confusión entre lo ultramoderno y lo postmoderno. La deconstrucción de la novela moderna se ha perpetrado ya mil veces con notables resultados en ocasiones, de modo que resulta un poco tarde para erigirse en el Schönberg de la literatura. Lo nuevo está en lo de las dichosas tecnologías. ¿Es un sms la madre del cordero? ¿El tío de American Psycho es la repera porque habla de Supertramp? ¿Un blog no lo puede redactar hasta el Cachuli? Ni el Verdú ni yo estamos en posición de juzgar si esos chismes configuran nuevos lenguajes o son sólo juguetitos pijos. El tiempo lo dirá. Pero lo ultramoderno es creer ver al tiempo venir, con el razonamiento implícito de que si se han producido grandes cambios podemos aguardar más para mañana. A Verdú le da pánico eso de ser de aquellos que, según Erasé una vez el hombre, siempre están ahí para oponerse al progreso. En cambio, lo postmoderno es la coexistencia de los modelos. Que unos "progresen" sobre otros no sólo es harto discutible, sino que nos lleva a preguntarnos quién decide cúal pasa dentro y cúal se queda fuera, como los porteros de discoteca. Cuando esta cuestión se planteó para las letras en el siglo XVII, la cosa quedó en empate, con el dictamén final de que la literatura no es como las ciencias, sino que se muestra demasiado dependiente del talento individual de cada creador. Hoy ni siquiera creemos que las ciencias sean como las Ciencias, de manera que...
En fin, lo que no entiendo es porque a Verdú no le gustan más las novelas del Michael Crichton ese (en gloria esté como estuvo). Incorporan tecnologías, discurso científico, experiencias empresariales, sexo extrafamiliar y la hostia de moderneces. Yo las preferiría, porque hablan en tercera persona. Es realmente inconcebible que la tercera persona sea más arrogante que la primera. Cuando hablo en mi nombre, ejerzo mi cedazo sobre el mundo del modo más soberano, y si además soy irónico, efectivamente desprecio cuanto ignoro. El lector sólo puede aprender de mí a mí, ¿hay mayor orgullo luciferino? Escribía Voltaire que el amor propio es como el órgano sexual humano: cada uno tiene el suyo, nos da placer y por eso es educado mantenerlo discretamente escondido. Con el desprecio propio, cuando es escrito, ocurre lo mismo multiplicado por dos o por mil -Baudelaire, Dostoievski, etc. (Enseñarla cuando es grande ya atenta al pudor; mostrarla porque es birriosa requiere ayuda especializada).
Que los libros nos cuenten lo que no somos. Justamente el cine, videojuegos, etc. ya realizan la tarea de servirnos de espejos (e incluso de fabricarnos una fantasía solipsista). El autor es un artesano, en eso estoy de acuerdo, pero sus materiales los encuentra fuera de sí. Que busque en la aludida "periferia" y no que levante muros de protección. La muerte del formato novela.... Como decía alguién que no recuerdo, y al contrario de lo que se piensa, "la muerte está en nuestras manos, la vida no".
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Como tiramos de material usado, mirar un comentario más extenso ya hecho en mini-manis-subnor "Cómo acabar de una vez por todas con los decálogos".
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