Nunca tuve una granja en África, al contrario: trabajé un año y pico en un colegio privado. Voy a hacerles el favor de no escribir su ahora y siempre ignominioso nombre, ciudad turca de ilustre pasado filosófico casi por casualidad fonética. Iba enchufado, naturalmente, y muy bien enchufado, por lo visto (tuvieron que explicarme dentro hasta cuánto, lo cual no deje de utilizar discretamente). Ya el segundo día me dijeron cómo tenía que vestir e incluso lo inadecuado del monedero que portaba entonces. De esos trabajos sucios se encargaba el orientador, dickensiano lacayo. Pero, en realidad, todo era más o menos sucio, pues allí se acogían los vertidos que otros institutos privados habían tirado a la basura, como un cementerio nuclear de los residuos de las familias adineradas. El director, que cambiaba las palabras como un siniestro Chiquito de la calzada de la trama Gürtel, obtenía amplia variedad de beneficios de ello, no sólo pecuniarios. Era favor por favor, lo cual implicaba su presencia en las juntas de evaluación para "matizar" las notas. Y su presencia centinela, también, en lo alto del edificio principal para controlar como un panóptico lo que sucedía en las aulas. Éstas, por cierto, consitituían el colmo del despropósito. Como el colegio se había reciclado de dos edificios de viviendas pegados el uno al otro, las mesas eran grandes y redondas, y tenías a un alumno mirando a Cuenca, otro a Finisterre y la mayoría mirándose mutuamente, con varios dándote la espalda...
Tales adorables muchachos sabían de sobra que debían aprobar, porque para eso pagaban. Afortunadamente, en selectividad se estrellaban, pero ese contratiempo no impedía que pasasen a formar parte importante de la plantilla de papá. Algunos de los más pequeños extorsionaban a sus compañeros. Algunos de los grandes venían a clase por la mañana como una puta cuba. Pocos resultaban simpáticos, como mucho dignos de lástima. No se admitía tácitamente el derecho del profesor a tener libre el día de las oposiciones para tratar de mejorar en la profesión: te podían hacer la vida aún más imposible en adelante. Los "cuadros docentes", en suma, andaban acojonados y en vilo por cualquier cosa todo el tiempo, e incluso los más cercanos a dirección sólo sabían transformar su miedo en abuso hacia los disidentes. Todo ello conviviendo juntos incluso en la comida, gran ceremonia de la hipocresía impuesta. En fin, para cuando me largué habían introducido dos grandes innovaciones de cara a los padres: una, batas uniformadas para el personal docente, y otra, horario ampliado de ocho a ocho, algún sábado por la mañana incluido. Bien, no digo -porque no lo sé- que ese sea el modelo que les gusta a los dirigentes de esta nuestra Comunidad, sólo digo que ahí sigue, como una mancha de pudrición en el sistema educativo, amen de en el sistema laboral en su conjunto. La pregunta es quién podría permitirse abandonar hoy un estercolero tal...
jueves, 1 de septiembre de 2011
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Vaya! No es el mismo instituto en el que yo trabajé, pero se parece mucho. Mi primera experiencia fue en un concertado en Villaverde. La mayoría de las aulas estaban en el sótano, sin luz solar, con pizarras que se caían y cucarachas que corrían a sus anchas y que debíamos matar con una escoba antes de la entrada de los alumnos, gran función del profesor de la privada! Por supuesto debía vestir de determinada manera y tener una ética cristiana. También daba los apoyos de 7 alumnos (los más rebeldes que puedas imaginar, por no decir cabrones) en la sala de profesores, son pizarra, con los profes de guardia presentes y en mesa redonda como la que describes. Se sabe que no todos los centros concertados y privados son así, pero este sigue en pie y ocupa cuatro pisos de un bloque de edificios. Podría añadir más, pero me parece excesivo...
ResponderEliminarPues peor nos lo pones...
ResponderEliminarUn buen amigo de dijo esto una vez
ResponderEliminar"La gente que sale de colegios privados no aprenden, sólo pagan por una buena nota. Luego, se presentan a Selectividad, sus notas en los exámenes son de coña. Pero, gracias a la media de "bachillerato" (me pedían lo mismo en primero de primaria a mí que a ellos en un segundo de bachillerato) consiguen media para entrar en la carrera que quieren. Una vez dentro se dan cuenta de que estudiar para sacar un 5 les lleva como mínimo dos horas diarias, pero acaban siempre en los exámenes. y te dicen: "la universidad es dura, es difícil aprobar" y tú les respondes, "No, en realidad es más sencilla que el insituto. Allí echábamos como mínimo tres y media para un 5. Aquí con hora y media tenemos un 6. Porque nos concentramos antes al haber tenido que usar la cabeza durante toda la ESO y Bachillerato".