La cosa debe funcionar así. A Jordi Évole producción le entrega antes de empezar a grabar cada programa dos listas, una de gilipollas integrales y otra de tipos listos. Se trata de entrevistarlos vestido de becario pringado, gafapasta y que comparte piso. Lo que ocurre es que los primeros, los gilipollas, han estado o están al frente de importantes cargos en este nuestro sufrido país, mientras que los segundos, los inteligentes, generalmente colgaron los habitos hace tiempo. Entonces Jordi, así camuflado, practica la socrática mayeútica: basta con preguntar que los gillipollas se delatan solos con todo lujo de detalles. Incluso es posible alguna estupefacción y alguna broma en su misma cara; son tan cretinos que la pasan por alto, cuando no la celebran desconcertados. Según las leyes de la estupidez de Carlo Cipolla, es peor un necio que un malvado, porque éste último se beneficia a sí mismo, mientras que el necio perjudica a todo el mundo. Y eso es lo que se aprende en Salvados. Que el problema no son las inaccesibles circunstancias, sino ciertas ratas oligofrénicas a las que llamamos individuos. Porque los listos, esos que levantan el velo de las miserias ante Jordi, lo están dejando de un modo u otro...
La conclusión es depresiva en grado sumo. Dice algo así como que la imbecilidad gobierna el mundo, España, al tiempo que los pocos lúcidos e íntegros se apean de él. Jordi Évole no tenía esa intención en un principio. Su programa era de humor. Pero la realidad, tras el velo, se impone, incluso (sobre todo) para el propio ex-follonero. El presentador se presenta -valga la rebuznancia- como un ciudadano corriente que lleva un cámara, y resulta que todas las ratas se deshacen de gusto ante la gloria otorgada por el mirífico aparato. Un ciudadano que ha hablado con mucha gente, un enteraillo, pero cuya carga de ironía pasa desapercibida para el estúpido, que está ahí básicamente para que se nos caiga el alma al suelo. Seguramente a la gente le gustaba pensar que tras las tropelías y los abusos de los poderosos hay sólidas razones supremas que apoyan a largo plazo su terrible gestión, y por eso les siguen votando. Pues nada de eso. Son la ciega garrapata que sigue hincada en el cuerpo público chupando sangre porque su irremediable estolidez no le permite ver ni hacer cosa distinta. La tele, a veces -escasísimas veces, felices veces-, nos lo cuenta.
martes, 2 de octubre de 2012
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Joder... si no fuera por los cultismos, diría que lo he escrito yo...
ResponderEliminarMe empiezas a asustar de mí mismo... así que para.
Beso
Lo del facebook atonta y mucho, ya estaba buscando el "Me gusta" para darle. En fin, pues eso, que me ha gustado.
ResponderEliminarOlé!
ResponderEliminarPero a mi me lleva menos espacio, chaval. Gracias a todos y también al Follo (curioso diminutivo...)
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarhttp://xa.yimg.com/kq/groups/9509988/171632646/name/cipolla%2Bcarlo.pdf
ResponderEliminarestamos salvados!
ResponderEliminarj.e: entonces, ¿eso es lo que hago?
ResponderEliminaro: en resumidas cuentas
j.e: joder, pues... qué bien explicado.
es verdad. quedan en evidencia. evidencian que:
ResponderEliminar-son unos sinverguenzas. o...
-se deben a un poder superior. o...
-son unos inútiles.
...o combinación de posibilidades.
tiene el terreno abonado, con tantos casos y tantísimos responsables.
cierto que un programa se edita antes de emitirlo, para hacerlo más jugoso; pero da igual. qué de filones encuentra (y explota). no le resta mérito el hecho de que haya muchos personajes que son una mina.
y sí. es irónico que un programa de humor acabe en conclusiones depresivas en grado sumo.
mayéutico, irónico y cañero con los sofismas. qué socrático este follo.
v´ssss
Fijo que los que no sois amigos ni estáis casados conmigo también apoyáis al Follo, mientras dure (el programa, digo, que este albañal no es Atenas ni para ejecutar a los tábanos...)
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