Se podría pensar que en Hollywood las películas cuyo tema y principal foco de atención está puesto en el representante de la presidencia del país serán laudatorias y a mayor gloria de la institución, y sin embargo tenemos el formidable Nixón de Oliver Stone por no hablar también de su W, cuya escena final vale oro. Pero, por regla general, esa es la nota predominante de este subgénero de política-ficción que hace del primer mandatario un superhéroe con corbata, y que, sin embargo, ha dado lugar a producciones de gran calidad en las últimas décadas. No hablo de Air Force One, donde se nos trata de convencer de que el presidente de EE.UU. es un hombre de paz y diálogo hasta cierto punto, traspasado el cual –y aquí siempre intervienen de un modo u otro los intocables “valores familiares”, sin el concurso de los cuales en Norteamérica parece que es imposible comprender que nadie se decida a hacer nada- no le duelen prendas en sacar el intrépido y resuelto hombre de acción que lleva dentro. Ni tampoco de Independence day, más o menos lo mismo aunque no en solitario, sino auxiliado por los alegres muchachos del ejercito más poderoso del mundo.
No, no es este el paño al que me quiero referir ahora, sino más bien a aquellas donde la superfuerza y demás supersentidos ya se le suponen al presidente por ser vos quien sois, o sea, nada menos que el comandante supremo de las susodichas todopoderosas fuerzas armadas, y lo que importa verdaderamente es el carácter, la pasta moral, el carisma y, en fin, la capacidad de liderazgo. Ejemplos de ello hay desde El joven Lincoln de John Ford hasta Primary colors de Mike Nichols pasando por El viento y el león de John Milius, cuyo retrato de Theodore Roosevelt es tan bueno que casi roza la caricatura -en cuanto al otro Roosevelt de Pearl Harbor, Franklin Delano, mejor no tocarlo mucho ni mencionar al director. También son notables la Amistad de Steven Spielberg con presidente no-del-todo-retirado o las dos películas de magnicidios, JFK, de nuevo de Oliver Stone, y Bobby, de Elimio Estevez, muy distintas en planteamiento y ejecución como para ser tan hermanas… No obstante, mis favoritas son la cuasi-comedia El presidente y Miss Wade (The american president es su significativo título original), de Rob Reiner y magníficamente guionizada one more time por Aaron Sorkin –escena por escena todo encaja y se mueve: no en vano fue su inspiración para El ala oeste de la Casa Blanca-, y la más desconocida de todas ellas: Candidata al poder (The contender, en inglés), de Rob Lurie, otro guión indestructible donde se dan cita desafíos morales a la altura doméstica de Primary colors con el presidente más extravagante de toda esta filmografía, un Jeff Bridges en estado de gracia.
En cualquier caso, y sea lo que fuere lo que pueda pensarse de estas cintas, la imagen que ofrecen del presidencialismo/U.S.A. pocas veces se apea del aúlico tratamiento de un Rey Arturo moderno: justo, noble y fuerte paladín de la democracia arropado por su mesa redonda de asistentes, consejeros y colaboradores. No es extraño, por consiguiente, que se le pida tanto hoy por hoy a Obama, como si estuviese dejando mucho que desear a esta mitología casi feudal en la que dar a entender desinterés de lo propio y preocupación por lo público no parece ser suficiente. Y tampoco es de extrañar que además me vengan también a la cabeza los superhéroes: ellos, tan sumamente éticos en el apogeo de su poder, vienen a ser igualmente el símbolo de la propaganda que los Estados Unidos hacen de sí mismos para sí mismos y ante el mundo -hasta que algún listillo o resentidillo le filtra documentos a esos aguafiestas de wikileaks y automáticamente se desvanece el encantamiento...
jueves, 20 de enero de 2011
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Es cierto, tenemos también el histrionismo del gran Jack Nicholson en Mars Attacks, pero es que a Tim Burton lo había borrado aposta de la memoria...
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