Cuenta Román Gubern a propósito del recién fallecido Eric Rohmer que en 1986, siendo él parte del jurado en la Bienal de Venecia, algunos de sus colegas se negaban a premiar la película rohmeriana El rayo verde, arguyendo que la crisis que vivía la protagonista en el filme era la propia crisis del director en la vida real. Es decir, se negaban a premiar una película basada en la experiencia directa de su autor y, a lo que parece, valorarían más otra cualquiera que no se hallara directamente vivida sino por completo imaginada. Esta posición, por peregrina que parezca, es la que ha predominado hasta nuestros días y sólo ahora cuando se dice que algo se encuentra basado en hechos reales adquiere un punto positivo. En la inminente etapa anterior, por el contrario, se hacía hincapié en que los hechos pertenecían a una historia inventada y su parecido con la realidad sería sólo una "pura coincidencia".
Este latiguillo a favor de la pura imaginación y contra lo impuro de lo realmente sucedido ha sido uno de los peores subterfugios en que se han basado un sinfín de malas y mentirosas obras de hoy. ¿Qué puede saber alguien de cuarenta años sobre la Guerra Civil, más allá de una versión de una versión de otra versión, oral o escrita? ¿Qué puede contarnos sobre los campos de concentración, los gulags, las cárceles y sus presidiarios alguien que no estuvo allí? ¿Qué oferta, más allá del entretenimiento, puede brindar una novela redactada ahora sobre los faraones? Acaso el ejercicio malabar de llegar a hacer emocionalmente verosímil lo que ni el mismo autor conoce con certeza. Quizás sólo la observación de las piruetas que el forjador de mentiras o mentirijillas más o menos coordinadas, entretenidas y hábiles redacta para ocupar el tiempo del insomnio, el ocio o el viaje.
Efectivamente, el autor o la autora pueden transmitir sus impresiones a propósito de las lecturas sobre los hechos del Dos de Mayo o la caída del Imperio Romano, pero ¿cómo distinguir este ejercicio entretenido de un entretenimiento más, desde el sudoku al circo? ¿Cómo mejorar, además, con la letra lo que hace una película o un telefilme enriquecidos con los medios de la tecnología audiovisual?
A igual nivel de imaginación, la escritura siempre saldrá perdiendo y, en uno u otro caso, el producto no pasará de ser una "re-creación" recreativa. Es decir, un regalo infantil de la emoción o del cuento. Ni menos ni más.
A igual nivel de calidad, una historia vivida, sin embargo, una comunicación de la experiencia propia o una confesión personal de lo vivido, sus enredos, logros y contradicciones, sólo puede ofrecerlo su autor / protagonista y en ello reside el emergente valor de la "no ficción".
El rayo verde de Rohmer vale tanto como el valor de otra película, pero a eso se añade el inimitable valor de lo vivido. De otro modo, aquello que se ofrece al espectador o al lector son artificios, mentiras ensartadas arteramente para enganchar al comprador. ¿Son literatura? ¿Son cine? Efectivamente, lo son, pero su interés decrece a medida que el espectador o el lector se ha hecho adulto, se ha curtido en mil pantallas y viajes, se ha instruido y aprecia los testimonios de verdad.
El peliculero de hace medio siglo tanto como el novelero del siglo anterior venían a cuento cuando la sociedad no permitía experimentar otras realidades y la información faltaba. Ahora, sin embargo, con incontables historiadores y multitud de creativos sobra, por un lado y otro, el pueril recurso a la "imaginación".
Testimonios de verdad o de intimidad absoluta dan su mejor contenido a la obra y dan sentido, simultáneamente, al ejercicio de una creación verdadera, escrita o no.
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