Ni que decir tiene que hay mucho mito en la vieja cuestión esta del agorero, cenizo, mala/sombra o gafe, y el más reciente y moderno de todos consiste precisamente en pensar que después de todo no es más que un mito. Por supuesto que hay gente que atrae hacia sí la mala suerte, lo que ocurre es que se tiene que aclarar previamente qué entendemos exactamente por eso, o sea, por la dichosa -desdichada, en realidad- “mala suerte”. La Fortuna de siempre es una diosa, naturalmente, así que como las demás deidades paganas es de suponer que andará escondida en el exilio donde las sospechó Heine, tal vez camuflada de croupier en un Casino o susurrando en los pasillos del Parlamento. No es a ella, pues, a quién dirigimos nuestras invocaciones aquí. Se trata más bien de esos tipos a lo añorado Peter Sellers que se nos tropiezan encima, provocan torpemente el atasco, sueltan constantemente por su bocaza lo más inapropiado o, más en general, meten la pata hasta el fondo hagan lo que hagan a lo largo y ancho del globo. Existen, pululan por ahí, están entre nosotros, de pequeños se llevan todas las collejas sin motivo y de mayores se las arreglan para incomodar involuntariamente a todo Cristo, lo puedo asegurar. Raramente, eso sí, dejarán de ser buenas personas, lo que pasa es que no aciertan a interpretar los chillidos de advertencia que les da la vida, y ese es el problema: el suyo y el nuestro.
Porque las causas de su mal vienen a ser cuatro, análogas a las que en su día enumerara Aristóteles, es a saber:
1) Formal: en ellos el “en sí” no coincide con el “para sí”, decía Sartre generalizando absurdamente para toda la condición humana.
2) Material: el gafe pierde a menudo el control sobre su cuerpo, que parece dirigirse a su aire hacia el charco más cercano.
3) Eficiente: nunca están donde deben ni hacen lo que pudieran o gustarían de hacer, mecháchis la mar salada.
4) Y final: chico, desengáñate, no es una convergencia de casualidades o una “mala racha”: replantéatelo todo.
Como es sabido, formal, eficiente y final vienen a ser lo mismo, esencia de una materia contingente que es la que sufre y transmite el descalabro. En el presente caso, lo que el gafe padece es un traumático desequilibrio consigo mismo que nace de la inadaptación a su entorno, siempre hostil. Y la terapia a aplicar se nos antoja de lo más sencilla: busca allí donde encajes de acuerdo con lo que verdaderamente deseas, y que le parta un rayo a todo aquel o aquello que se interponga en tu camino. Bueno, sí, quizá no sea tan fácil, pero intentarlo es mejor que hacer de tripas corazón y ponerle buena cara al estigma…
En la estupenda película Master and Commander, el tema del gafe se lleva buena parte del metraje. Hasta el cabal capitán del barco parece creer en esa presunta superstición que le afea el ilustrado cirujano y naturalista de a bordo. Tal escena (que hasta donde yo sé no aparece en las novelas del gran O´Brian), se zanja con la sentencia “no todo está en los libros…” -lo cual luego se confirma cuando el viento vuelve a hinchar la velas. Y, en efecto, por aquel entonces puede que algo escapase a la inspección omnisciente de ciencias, humanidades y periodismos, pero hoy decididamente no. De fijo que ha habido incluso algún especial en la tele. Pero la explicación existencial más aproximada es, en mi opinión, la que se ha brindado arriba, aceptada la cual todo lo que pueda aducirse de más del asunto son magias de esas de llama-en-directo-al-número-en-pantalla. Y conste que en ningún momento de este filosófico artículillo estaba pensando ni por un instante en la figura tranquilizadora, serena, preclara y casi diría que entrañable de cierto presidente de azules pupilas, hasta ahora mismo.
lunes, 21 de febrero de 2011
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