Aquel que no convive en sociedad,
ajeno a comerciar con la palabra,
sin ley ni hogar, ni tierra en que se labra,
no es hombre, sino bestia o bien deidad.
O acaso adorador de la verdad,
extraño a profanar sacra palabra,
apátrida, sin puerta que le abra,
filósofo, bestial divinidad.
Ausente su presencia en la ciudad,
distante ante el mundano movimiento,
a un tiempo en multitud y en soledad;
cual bestia, sin humano sentimiento,
razón común, más no comunidad,
cual dios, aspira al puro entendimiento.