martes, 13 de julio de 2010
Horroróscopo y otras supercherías
Decía el Oldie esta mañana en su programa (que, naturalmente, van a quitar) que es al revés, o sea, que a él si es martes y trece y va y pasa por debajo de una escalera que da sombra a un gato negro, pues mejor: sólo queda pisar una mierda para redondear el día. Tiene razón, yo creo, si vamos a retroceder al pensamiento salvaje hagámoslo a la inversa: las excepciones y los días raros son signos de buen augurio, ya está. Lo del trece supongo que proviene de la última cena, por aquello de que el que completaba el número fue el traidor de la pradera. Lo del martes ni la más remota idea. Pero en general tales señales a favor o en contra -que son, o fueron, muchísimas más de las que conservamos hoy- se originaron en un pasado de difícil memoria para el cual tuvieron algún sentido todavía más antiguo, sea el que fuera el cual el proceso de racionalización moderna (que es la manera en que Weber denominaba en el fondo al capitalismo) ha venido a sepultar irremisiblemente. Curiosamente, sin embargo, sobrevive el horóscopo, o no tan curiosamente, puesto que da de comer a los indocumentados del ocultismo y la videncia, esos que viven, como tantos, del miedo ajeno, pero del miedo pequeño y común que todos sentimos aunque en dramatizado. Mezclado con la numerología, el orientalismo y otras zarandajas, el zodiaco da mucho que hablar dentro y fuera de esos burdos negocillos, cuando, en realidad, las constelaciones visibles de la eclíptica son trece, precisamente, y no doce, de manera que vaya usted a saber a cuál pertenecemos realmente cada uno. Qué alguien le ponga nombre a la decimotercera, publique un libro, revolucione las casas celestes, haga un musical y viva del cuento, como los de la cienciología. Lo del "Paul el pulpo" y esas cosas muestra que la mayoría nos lo merecemos.
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