jueves, 29 de julio de 2010
Pequeñas y grandes miserias de los grandes y pequeños filósofos: las contradicciones vitales de Arthur Schopenhauer, el patilludo
Leí en alguna parte esta anécdota que se me antoja apócrifa: paseaba Schopenhauer con su mujer por un parque de una ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme cuando reconoció a distancia la figura esbelta pero cojitranca de Lord Byron, aquel hombre sobre el que poco antes había escrito que representaba, junto con Leopardi y él mismo, el máximo exponente del pesimismo -y, por tanto, de la verdad- en Europa. Impulsivamente, como corresponde a los procesos de la Voluntad, quiso acercarse a saludarle, conocerle y acaso exponerle lo mucho que tenían en común, mas al pronto se dio cuenta de la cantidad de muchachas que rodeaban al célebre poeta, célebre entre otras cosas por mujeriego, inmoral y sodomita. De modo que Arthur, como corresponde a los procesos de la Razón, se serenó, cogió a su mujer por el brazo y tomo la dirección contraria, perdiendo así la que tal vez fuera su única oportunidad de tratar con alguien vivo a quien pudiese admirar tanto al menos como a sí mismo. Es decir, que permitió que unos hipotéticos celos sazonados con un prurito de orgullo viril triunfasen sobre su habitual misoginia y unas ocasionales ganas de comunicarse con el prójimo. Vanitas vanitatum etc. (Si es que todo esto tiene algo de cierto, porque ni siquiera sé si Schopenhauer estuvo casado, tendré que leer al Safransky...)
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