martes, 20 de julio de 2010
Pequeñas y grandes miserias de los grandes y pequeños filósofos: la vejiga de Rousseau
Por lo visto padecía cierto tipo singular de incontinencia urinaria que le hacía orinarse encima involuntariamente o bien sufrir cada gota que miccionaba en su debido lugar. Toda una vida, incluso una no pequeña parte de la historia, pueden cambiar por algo tan insignificante como eso, fijaos, estudiantes de la pequeñez humana. Cuando estrenó su opera italianizante El adivino de la aldea, pese a ir ataviado como un zarrapastroso cosechó un éxito tal que rayó el astro rey. En efecto, el propio Luís XIV le llamó en audiencia áulica seguramente para concederle una pensión vitalicia, como poco, él, majestad sin parangón a la cual ni siquiera gustaba demasiado la música. Pero no, Juan Jacobo no iba a presentarse ante el monarca con los calzones oscureciéndose sospechosamente, menudo papelón. La noche antes el mismo Diderot luchó por convencerle de lo magnifico de la oportunidad, pero no sólo no hubo manera, sino que terminaron peleados. En fin, dos conclusiones elementales. Primera: la revolución es una meada incontrolable largo tiempo esperada, bebida y reventona. Segunda: la lluvia dorada, como el catalán, mejor en la intimidad, incluso entre la intelectualidad libertina.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario