Los mitos de cada cual son una cosa muy peligrosa a la par que delicada. Son demasiado sentimentales, lo cual puede llevar a frikismos si uno es discreto, o a políticas si uno es alborotador. Esta biografía se cuenta entre las primeras, por antonomasia -en el otro caso habría que autodianogsticarse locura y dirigirse voluntariamente al manicomio, como Flanders-, pero la emoción no queda defraudada como en la mayoría. Es verdad, se descubre que los cuentos de este hombre no sólo no tenían sentido profundo alguno, sino que no le gustaban gran cosa ni siquiera a él. Asimismo, contemplamos una existencia no deliberadamente vuelta hacia sí misma, sino conscientemente degradada y triste. No obstante, contiene momentos de gran lucidez dentro de un cerebro absurdo, y un final bastante digno y conmovedor ya que nunca podría ser grandioso. En conjunto, pues, no resulta una historia de magia negra, pero tampoco una del todo miserable -tampoco pecuniariamente hablando. A la luz de día, Lovecraft fue realmente un maldito, pero a su pesar. Toda biografía empequeñece al biografiado, removiendo la tierra bajo el pedestal del mito; la diferencia estriba que aquí Sprague -un antaño célebre escritor de ciencia/ficción- consigue, sin hacer concesión alguna ni romperse los cuernos, que a Howard su retrato le siente bien.
jueves, 17 de junio de 2010
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