jueves, 24 de junio de 2010
Neologismos libidicidas
Se oye mucho lo de "follamigo", pero no parece que se practique tanto: los que se han liado en estos términos no suelen repetir, acabando con el sueño del amor libre propuesto seguramente por los hombres pero abrazado también por las mujeres en los sesentas/setentas. Porque, claro, rollos siempre ha habido, la novedad reside o debería residir en que la nómina de "follamigos" de uno siga siempre o eventualmente disponible, como la casita de la playa. Y de eso nada, que sepamos. O por lo menos no más que antes. Los "follamigos" terminan en novietes o terminan, ya está. Para el primer caso, Nancho Novo ha acuñado la expresión "guarromántico", o sea, que cuidas y mimas celosamente a tu chica, pero sin cambiarte de gayumbos o invitandola al burriquín ("Burguer King" en calé) -digo "chica" sin colocar la arroba porque raro sería al revés, que ciertas cosas son cuasieternas digan lo que digan. El exacto y precismo enfoque del "guarromance" de cada uno vive en un amplio margen de interpretación, conforme a la comodidad de él y el aguante de ella. Puesto que este último, aunque generoso, no es ilimitado, llegamos de nuevo al estado de novietes, que es adonde queríamos ir a parar. Tarde o temprano, los novietes formalizan sus relaciones y es entonces cuando podemos hablar del libidicidio consumado: sugerimos para ello un vocablo de nuestra invención inverso en cierta manera a "follamigo", y que es "célibespos@" -este sí, con arroba, si se quiere. Entre que ni es tampoco muy sonoro, ni la realidad mencionada cosa muy chispeante, esperamos que no triunfe en absoluto y se quede olvidado aquí. De corazón te lo digo, compañeeeeeero.
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Ese bienintencionado concepto de “follamigo” propone, efectivamente, una estabilidad que pocas veces alcanza. Queda, además, subordinado al surgimiento de la pareja “completa”, que es lo que la mayoría de ambas partes (1,5, por ejemplo) ansían. Es decir que se considera un apaño cordial, y queda así condenado a la categoría de fracaso menor. Siempre estará por encima el amor que, hasta donde conocemos, sigue siendo unívoco. Eso sí que es profesión de fe. Pero, ¿Y si nos planteamos la posibilidad de amar a más de una persona? ¿Y si en vez de vivir, como a todos nos ha pasado alguna vez, la incertidumbre en la clasificación, aceptamos no jerarquizar nuestros amores e, incluso, actuar en consecuencia? Atrevámonos a imaginarlo; no es tan difícil. Hagamos un pequeño esfuerzo para conciliar la líbido con el entusiasmo sentimental; para salvar la líbido, sí pero, sobre todo, para querernos sin el recelo de sentirnos presos en nuestro afecto.
ResponderEliminarSerá más difícil acuñar término para este modelo. Habría que llamar algo así como “amamigo” a aquél amigo o amigos a los que amamos (como a una pareja, entiéndase) sin tener pareja. Pero la reiteración de lexemas, más que dificultar el bautizo, debería hacernos recordar que la amistad y el amor provienen de una idea similar y que, fracasada la vía de su separación, tal vez habría que probar con volver a aproximarlos.
Amic-amat, como la película de Ventura Pons. No sé, incluso el homoerotismo grecorromano exigía una predilección exclusiva por encima de las demás, y eso que no había pareja...
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