Blog de crítica de la cultura y otras balas de fogueo al gusto de Óscar S.

Encuadre: página de "Batman: Year One", Frank Miller y David Mazzucchelli, 1986-7, números 404 a 407 de la serie.

viernes, 2 de julio de 2010

"No" tampoco a la socialización de la culpa

Se dice que la pobreza, el hambre, la guerra, las pestes y hasta el último de los jinetes del apocalipsis que se haya sumado recientemente son males estructurales de las actuales sociedades, y por tanto que todos contribuimos a alimentarlos indirectamente con nuestra actitud despreocupada y egoista. La consideración estructural es un gran hallazgo científico del pensamiento occidental, pero, por otra parte, algo que sabe sin discurso cualquier tipo de la calle (quizá no un hindú de la casta ínfima, si la aculturación es poderosa, pero sí un taxista de Madrid). Es un grave error de manual elemental ignorarla, pero tampoco se puede ser reduccionista. Tal como yo lo veo, el enfoque estructural expresa una fuerte tendencia, pero no una obligación mecánica. Desde luego, la estructura social es un mecanismo, pero aquello sobre lo que opera no. Prueba de ello es los incesantes esfuerzos y desvelos que el mecanismo tiene que realizar para continuar condicionando a sus estructurados. Que la libertad, nouménica o no, existe, lo demuestra no tanto la ley moral, como la eterna insistencia por reprimirla. De manera que el planteamiento estructural no debe hacernos olvidar que el hijo de puta que fabrica los balones en China con mano de obra infantil es un canalla con todas las letras, por mucho que el sistema capitalista mismo le impela poderosamente a ello. Todo un mundo de relaciones conspiraba para que se aprovechase, de acuerdo, pero hubo un instante en que tomo la decisión, y pudo -¡debió!- decir que no (y simpatizo con García Calvo cuando escribe que nadie es lo suficientemente tarado, obtuso, lerdo, o está lo suficientemente engañado como para no saber decir, como mínimo, "no"). Pensar, por tanto, que la gente  corriente tenemos alguna parte de responsabilidad en las atrocidades del fabricante de balones, como una suerte de emanación plotiniana de la culpa universal, me parece una interesante variante del síndrome de Estocolmo ideológico. Sobre todo porque, en el siguiente grado de la emanación, nuestros hijos también tendrían responsabilidad por jugar con él, y eso ya roza el delirio. No -otra vez "no"-: hay muchos hijos de puta repelentes respaldados por el sistema, pero ni este ni aquel ni sus hijos estamos entre ellos. Y no porque no podamos, sino porque no queremos. Ser un malnacido redomado requiere toda una paideia sutil e ininterrumpida que no hemos recibido, aunque nos apropiemos de las migajas de bienestar que el sistema deja caer. ¿Que íbamos a hacer, quitarle el balón a nuestros hijos y luego irnos a vivir a una cueva, como en la contracultura? Y una mierda. Mejor quedarnos y, si es el caso, denunciar tanto a la estructura como al individuo, que caigan ambos. Pero lo que es a mi, ningún análisis objetivo del funcionamiento de la mercancía me convencerá de que soy responsable en la misma o parecida medida que el dueño de la fábrica. Además, los mierdosos que merecen el cadalso y sin embargo tienen los mandos de cotarro son una insignificante minoría frente a una inmensa muchedumbre de gente decente, o así lo pienso yo. Esa gente trabaja para el sistema, sí, pero la mayoría en el sostenimiento de sus niveles esenciales, que son los que mantienen todavía la continuación de la vida en los entresijos de la estructura. La Sal de la Tierra, los llama la Biblia: no les acusemos de contribuir a esterilizarla (ese, claro, no es el sentido de la metáfora). A ver si vamos a hacerles sentir tan mal que vayan a olvidarse de desengrasar la guillotina cuando las cosas se pongan mucho más feas...

2 comentarios:

  1. Existe la responsabilidad, sin duda, y es obligado contextualizarla para ajustar su dimensión. El poder obliga a decidir, y el que todos los días opta por 10 muertes para salvar 100 vidas se equivocará en alguna ocasión sin ser necesariamente un asesino. O no al menos como lo sería el que un día opta por eliminar una sola que no constituyó elección obligada. Entendemos eso y debemos extrapolarlo al ejemplo del balón de nuestros hijos. Existe el hombre capaz de inventar la riqueza a partir de la destrucción, y existe, mucho más, aquél que destruye para conservarla y conservar su mundo y el de aquellos de quienes se considera responsable; para evitar que este mundo desaparezca o pierda definitivamente su identidad mediante un extremo deterioro. Junto a la irrenunciable condena a cualquier acto cuyo sumatorio de consecuencias sea negativo, debe permanecer la humildad de reconocer que nuestras circunstancias como jueces son, normalmente, las de quienes apenas tuvieron nunca que elegir y, tal vez, habrían sido más asesinos todavía.

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  2. De acuerdo punto por punto en lo que tiene de breve.

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