jueves, 15 de marzo de 2012
La fama cuesta... I
... arriba. Es lo que Unamuno llamaba "erostratismo" (buscar Erostrato, no Unamuno, para el que le pille de nuevas), encabezonándose en su irracional virtud. Toda la occidental historia, que dicen, azacaneados, martirizados en su logro, pero siempre denostándola teórica, hipócritamente. Séneca, por ejemplo, decía que no, pero hacía que sí. Y lo cierto es que sí, que la abstracta Naturaleza a la que ciertos filósofos fingen preferir a la voluble sociedad en nada recompensa a cambio pero ni comparación. El filósofo profesional o sufriente -doy una definición inédita-, o émulo inconsciente de él, es ese tipo que decidió dejar de llevar sombrero para ofrecer su testa límpida a la penetración del infinito. Buen intento, pero no cuela. Manifiestamente aquel sinsombrerismo era aspiración de regia corona. La honra le hace a uno más real, para qué engañarnos. A no ser que no se pretenda realidad alguna, lo cual, más que sabio, es llano, villano, populachero, tranquilo... La conquista de la fama es, ciertamente, una conquista de realidad, para una vez alcanzada esa cota morir doblemente infeliz, pero con sobrehumano desdén. Aquiles escogió una muerte inmortal a un prometedor futuro, cuenta La Iliada, pero lo lamentó eternamente en el Hades, secretea La Odisea. No pretendo que este dato, sin duda estremecedor, nos sirva de escarmiento, al contrario: pelée cada cual duramente por su posteridad, que yo ya tengo tres, y de carne y hueso.
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