Tal día como hoy salía de mi lugar de trabajo a la inhumana hora de las ocho de la noche, que es cuando los buenos profesores ya están recogidos en casa a riesgo de convertirse... en sus alumnos (adolescantropía podríamos llamarlo, patología sociológica que conozco muy directamente, y de la que sólo me curaré a la fuerza ahorcan). Acercándome al coche, ví con la agudeza noctura propia de los adolescántropos que a su izquierda está parado un sujeto bastante espigado con gorra y gabardina que es la viva imágen de Juan José Millás, en apariencia esperando a alguién. Como es él quien ha escogido tan señalada porción de acera -nada menos que aquella donde me pongo las gafas, delatando mi verdadera edad diurna-, entiendo oportuno precaverle con un "¡Hombre, Juanjo!", así tal cual, como un buen súbdito de mi campechano monarca. Ni "hombre" ni hostias en vinagre: resulta que había aparcado en la puerta de su casa, que no podía ser más que un chalé con aparcamiento para alguien que fue señalado por el dedo de oro del señor Lara. Ya había llamado a la policía, ya había removido el vecindario inmediato e incluso en su ofuscación tenía ya perdido de vista al perro -que ha fallecido poco ha, por lo visto.
Bueno, después de todo no se portó mal. Eso de ser funcionario y llevar dos sillitas de bebé en el asiento trasero también ayudó. Para cuando los municipales y yo descubrimos que llevaba mi permiso de conducir caducado dos meses, él por lo menos había encontrado y atado al perro. Casi casi se sintió en la necesidad de disculparse aunque en realidad fui yo quien le obstruí la salida durante casi dos horas. Pienso ahora que el tío más bien había comenzado a discurrir que qué demonios podía hacer un buga mal aparcado (había prisa, ¿qué pasa?) en la puerta de tan insigne escribidor para-socialista. De hecho, insinuó haber sospechado que era robado. Claro, y de ahí a darle vueltas a ese coco impregnado de absurdo triste acerca de qué tipo de gentes precisamente en este cainita país roban coches para colocarlos en la puerta de ilustres o semi-ilustres, aunque tomando caminos mentales realmente descabellados, hay un solo paso... El surrealismo es lo que tiene: que en su vertiente sublime cayó en la más absoluta verguenza con la obra y figura de Dalí, mientras que en su aspecto cotidiano da mal rollito diga lo que diga tanto cortometrajista novel. En fin, que fue buen chico y me perdono la vida con bonhomía. Hoy estoy demasiado cansado para hacer otra cosa que recordar aquello, pero, quien ya se lo sepa, que espere a que embosque al Pérez Reverte, al que ya abordé una vez para hablar de Jane Austen -¡y no me pego con un guante!
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