Rápida necrológica de Miguel Delibes

Este sí que era el más grande, toda insistencia es poca. Ni Celas ni Ayalas ni Gaites ni gaitas. Empezó a escribir casi por casualidad, y en consecuencia La sombra del ciprés... exuda un barojismo funeral que no volvió a repetir. El camino, en cambio, es un pequeño Eden con el que han atormentado inmerecidamente a los chicos en la escuela, igual que con ese malabarismo del punto de vista, 5 horas con Mario. Viejas historias de Castilla la Vieja roza el realismo mágico; como la cagada de Parábola de un naúfrago, tampoco lo volvió a repetir, pero había que intentarlo. Las guerras de nuestros antepasados es una maravilla lingüística intraducible a otras lenguas: quizá por ello el Nobel se lo han robado otros, que con su pan se lo coman. La hoja roja, que ayer le salió -vaya-, no tiene parangón en tratar el tema más impopular, y El disputado voto del señor Cayo no ha perdido actualidad -además de recordarnos, como 5 horas.., que no se dejó apropiar por la derecha por muy cazador que fuese. Siempre quise ser ese niño de Las ratas que con ver cruzar una nube adivinaba el número de la primitiva de ese día -esto es broma, pero no que aún quiero esa sabiduría. Los santos inocentes no necesitaba película, en puridad, pero todo lo que ésta tiene de obra maestra indiscutible se debe a Delibes y al reparto: Camus no tenía que hacer mucho más...  Los libros de crónicas -incluso insustanciales o muy personales, como Mi vida al aire libre- se leen con mucho gusto, como también el hoy ya ingenuo Un mundo que agoniza. Y muchos más que ahora olvido, pero que nunca esquivaron los temas difíciles en una prosa llana. En fin, colocó a un hijo homónimo de biólogo mandamás en el coto de Doñana, Umbral le dedicó un monográfico temprano que no hemos leído, y Motero Galiacho publicó un relato en su espíritu que desde aquí le pedimos que nos lo mande ya mismo para "Textos vecinos", en rendido homenaje y porque ello lo vale.