martes, 27 de abril de 2010
Ironía y ciudad
A los urbanitas de todos los tiempos siempre nos ha resultado muy sencillo mirar por encima del hombro al prójimo del campo. Pero el razonamiento para llegar a ello es sinuoso. Como el habitante de la ciudad sabe que existen otras ciudades muy superiores en ventajas comerciales, culturales y de oferta de ocio, es irónico para con su propia condición de empadronado aquí o allá. Se siente un poco de ninguna parte, mientras que ve al hombre de campo arraigado en una parcela del cosmos como un ser sencillo que aún le tiene ley al terruño que le vio nacer. Al urbanita esto le produce una cierta ternura, puesto que él no tiene ninguna convicción distinta que oponerle, sino sólo unas prácticas más o menos hedonistas que disfrutar independientemente del lugar donde florezcan. De modo que en el burgués -etimológicamente- la ironía comienza consigo mismo, aunque enseguida el cosmopolita de vocación la proyecte sobre los oriundos del agro, a los que a la vez respeta (por abrazar una fidelidad sin reservas ni dobleces que él no tiene) y desprecia (por desconocer la anchura y diversidad del mundo refinado). La excepción a esta regla se da, tal vez, en las más grandes y conspicuas ciudades, donde caben los dos sentimientos al tiempo: soy, por ejemplo, de Nueva York, y por tanto patriota de lo cambiante y vanguardista que caracteriza, caracterizó y caracterizará a mi ciudad ayer, hoy y mañana. ¿Son por ello los neoyorkinos, londinenses, parisinos, etc. los más afortunados sentimental y geográficamente, puesto que pueden suspender la ironía y sin embargo gozar de las mayores ventajas materiales y sociales? Lo que es cierto es que lo que vale para su propia ciudad, no sirve nunca del todo para las zonas restantes de su país, para las cuales sólo afectan un desdén de superioridad. En EEUU, esta situación es extrema: los votos más golosos están en los estados atrasados del medio oeste, mientras que los más disputados se juegan en las ciudades de las costas. Ignoro si es el único país en que los políticos deben mimar tanto al rudo, directo y leal gañan para ganar las elecciones, pero lo que es seguro es que allí esta necesidad se da con mayor pujanza que en el resto del planeta. Es, así, la nación occidental, rica y supuestamente laica donde con más agudeza la ocultación de la ironía conduce al poder, y donde los ironistas resultan altamente sospechosos -la gente del espectáculo o los intelectuales, más que nadie. Esta podría ser la definición cabal de lo que hoy podría ser lo "post-paleto", que decían por aquí.
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