Hace bastante tiempo ya que apareció publicado un nuevo texto de Carlos Fernández Liria y amigos (esta vez no el lírico y lúcido Santiago Alba, sino su hermano Pedro y Luís Alegre Zahonero), en esta ocasión con el pretexto de la controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía –controvertida no sólo para esas manipuladas familias que objetan para que sus hijos no la reciban, sino también para los profesores que, a decir verdad, no tenemos especiales ganas de impartirla. No es, efectivamente, más que un pretexto como cualquier otro para que los autores se despachen a gusto acerca de unas cuantas verdades que raramente se leen en un lenguaje tan directo y que jamás se oyen ni se oirán en los llamados mass media. Es, pues, un libro necesario pese o gracias a su aspecto (estético y discursivo) de “fancine”, y esto es lo mejor que, a nuestro juicio, se puede decir de un libro recién editado. No obstante, resulta difícil ocultar los graves errores metodológicos que afectan la concepción global del texto –y que las ilustraciones de Miguel Brieva refuerzan considerablemente al arremeter contra cualquier cosa de una manera barroca y del todo inconexa con respecto al argumento que sigue el libro; lastima de El Roto, ya puestos. Tales errores pueblan toda la primera mitad del escrito hasta el punto de que no queda nada en ella que no quede ahogado por el disparate filológico, filosófico e histórico. Allí, Sócrates y Platón se dan la mano con la Ilustración dieciochesca, y ésta con la doctrina comunista de Marx, en un totum revolutum que no sabe dar razón de los inmensos interregnos temporales que los separan más que por medio de la metáfora de un tsunami histórico (¿?) o el todavía peor recurso a una versión política moderna de la mitología griega que deja todo que desear. Los que hemos oído a Carlos en su modalidad académica ya sabemos que todo este lío heurístico e ideológico -en el mejor sentido este último término- responde a la mitología no griega ni caldea ni copta, sino estrictamente personal del pensador, que se las ve y se las desea para coordinar en su, sin duda, noble y fino espíritu, las muy diferentes informaciones e influencias que absorbe en la complutensina facultad de Filosofía. De manera que de la mezcla de Tales de Mileto, Kant, Saint Just, y, por supuesto, Marx, sale un mito absolutamente anacrónico y simplista según el cual cierto misterioso vacío originario (agujero, también, por el que cayó Tales) está, sin embargo, misteriosamente lleno de leyes impersonales que se identifican con la expresión -la “gramática”- de la libertad a la vez que con un anarquismo ahistórico y con la posición ética de ponerse en el lugar no del otro, sino de un pasoliniano “cualquiera”. Lo que resulta, en consecuencia, de esta primera mitad es un discurso oscuro, reiterativo e injustificado en el que lo único con sentido filosófico riguroso que se afirma es que la Ilustración consiste en el protagonismo histórico de la política en la vida de los hombres –pero, claro, esto no lo negaría tampoco un Edmund Burke, que, sin embargo, sería el enemigo paradigmático de la visión ilustrada que defiende Fernández Liria. Para rematar, tampoco se aclara, a nuestro parecer, en lo que respecta a los pueblos llamados “salvajes”, que por un lado la antropología enseña a respetar frente al ataque imperialista pero que, por otro lado, carecen de ese enigmático vacío que, según parece, es condición de posibilidad de una política responsable y plenamente humana. Así que se muestra entre comprensivo y condescendiente con ellos, por fundarse en otros mitos diferentes del suyo propio personal.
La segunda parte del libro, empero, es mucho mejor, y la pésima filosofía deja paso al excelente panfleto. A las tremendas realidades que se denuncian aquí tan sólo les ponemos una objeción, pero esta no es pequeña. Y es que éstas son clasificadas bajo una categorización, la del Estado de Derecho o la Democracia o la Ciudadanía, que es un a priori formal, de nuevo, mítico, de la argumentación. Las tres funcionan, en efecto, como una categoría historiográfica que se proyecta acríticamente a toda la historia de occidente, a la vez que se reconoce que no la encontramos en ninguna parte de la misma. Qué cosa: siempre ha estado y no estado al tiempo, como el propio Dios en Persona, en la forma de una intención utópica que ha sido repetidamente estrangulada en la cuna –al igual que Dios ha querido sempiternamente el Bien, pero el pecado humano se lo ha impedido. Pero esto no significa siquiera que Fernández Liria y co. sean maniqueos, porque nunca habido más alternativa al Mal real que un Bien intencional, de modo que el Mal no ha tenido rival en la historia –son, por tanto, más bien gnósticos. Menos, tal vez, en el presente y tal vez en el futuro, puesto que Cuba, Venezuela, Bolivia y quién sabe si otras naciones sudamericanas puede que representen hoy esa esperanza que, en último término, los autores no quieren negar del todo al lector. Para ello, se utiliza sistemáticamente la argumentación del “¡y tú más!” que ya se empleó en el Informe sobre Cuba de 2005 (editado en Hiru). Consiste en la estrategia según la cual si desde las democracias capitalistas se ataca a esos países rebeldes por el incumplimiento de conceptos esenciales del derecho moderno, entonces se contraataca señalando las mucho mayores imperfecciones -en extensión y profundidad- con que esos conceptos se plasman en el occidente neoliberal. No les quitamos ni un ápice de razón, pero como maniobra dialéctica es manifiestamente mejorable –quizá abandonando estos autores el estudio de la filosofía y metiéndose de lleno en la politología, si no es impertinencia.
Porque eso es lo mejor de este librito que, después de todo, lleva una tarde larga leer y no sin provecho: que centra su atención en los problemas y los hechos reales, y no en las teorías a veces abstrusas (hay un continuo desprecio por cierta postmodernidad, la que conocen) que se orquestan para taparlos. Los cargos contra las criminales astucias del capitalismo pasado y presente -que, por cierto, es también una esencia intemporal cuya epifanía surgió tan tarde como la revolución francesa-, nunca serán lo suficientemente imputados, y este texto los remarca, tipifica y condena como un juez insobornable. Otra cosa es que eso sirva de algo para despertar la conciencia crítica de los atolondrados chavales de la ESO, pero este es un asunto distinto del que el texto pronto se olvida por completo para, como dirían ellos, “ir a su rollo”. Que canteo de discurso, trón.
¿Alguien puede explicar, de manera breve, qué es la educación para la ciudadanía, por qué la han puesto (antes estábamos muy bien), y para qué sirve?
ResponderEliminarLos de Bachiller estamos flipando
¿La Educación para la Ciudadanía no era una alternativa a la asignatura de Religión? ¿No fue creada porque la Iglesia se negaba a que los alumnos que no querían estudiar Religión tuviesen menor carga horaria que los alumnos "religiosos"? Entonces, ¿no sería mejor potenciar la Filosofía y dejar que las doctrinas religiosas sean impartidas por sus instituciones, fuera de la escuela?
ResponderEliminarsería una buena solución si no fuera porque ahora filosofía no es filosofía, sino "filosofía y ciudadanía". Ninguno de nosotros hemos encontrado la diferencia.
ResponderEliminarNo son más que consignas que les sirven a ellos de campo de batalla. De hecho, está la otra asignatura, Sociedad, Cultura y Religión, igualmente huera. A nosotros nos da lo mismo, realmente. Si hay contenido que le pongan el rubro que quieran, y, si no, como si lo llaman "Todos los enigmas de la historia y el cosmos al descubierto, 2"
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