Mark Twain, G.K. Chesterton, Isaac Asimov. Se podían haber ganado la vida sólo entreteniendo al personal en un estrado. Y además tenían tema, no bastaba con ser graciosos, que lo eran. Varios temas, en realidad, muchos, puesto que los tres eran capaces de improvisar como campeones. El Gran Wyoming tiene su labia, pero no tema. Imanol Arias tiene labia y tema, pero no gracia especialmente. Dickens leía sus propias obras con gran dramatismo, como Capote, pero no añadían nada más. Etc. ¡Qué tiempos aquellos! (igual hay hasta grabaciones, pero nos basta con el testimonio de los oyentes contemporáneos, y el caché que adquirieron). No hay realmente ningún motivo para que no continúe esa tradición hoy, salvo que nadie cree que pudiera funcionar. Los productores, pues, son los que tienen que arriesgarse: la palabra sigue gustando, si enseñamos a la gente que no sabe que le gusta que sí le gusta. Las imágenes son idiotas, etimológicamente: únicamente se refieren a sí mismas, no permiten al espectador matizar su discurso monológico, a no ser que se sea diseñador gráfico o publicista, que es el nuevo púlpito. Hay que bajarse a la tarima, hay que intuir la reacción de los oyentes, hay que tenerlos delante para sospecharlos y acertar. Las bandas que ofrecen conciertos presumen de eso, pero va de oficio. El aedo no tiene versión en estudio y versión en directo, todas son en directo y se enriquecen con la práctica. Una palabra a tiempo vale más que mil imágenes intemporales, y no obstante ahí va una de época:
lunes, 5 de abril de 2010
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Mark Twain dándolo todo... ¿O es que no se ve?
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