“Todo necio / confunde valor y precio”. Si el pareado de Machado sigue vigente -y así nos gusta pensarlo a todos, que creemos estar del lado bueno de la disyuntiva-, entonces hay que confesar que vivimos en una gigantesca cofradía internacional de necios, y nadie puede fácilmente librarse hoy de esta imputación. Hemos oído que “todo hombre tiene un precio”, hemos hablado o nos han hablado de las vivencias que, en cambio, “no tienen precio”, o decimos haber pagado “religiosamente” nuestros impuestos o nuestras deudas, que no es poco. Incluso “la muerte tenía un precio” si hay que creer en la escuela económica de Sergio Leone –y que las funerarias conocen tan bien. En el colmo, los empresaurios nos dicen que tenemos que “vendernos a nosotros mismos”, como si en un mercado humano pudiésemos mostrar los propios dientes para subir el precio de nuestras flacas fuerzas, haciendo el papel de esclavos y esclavistas a la vez. Existen, así, innumerables expertos en precios sin ninguna titulación y que para nada necesitan leer El economista camuflado, aunque sólo sea porque muchos de esos formidables especialistas no alcanzan siquiera la mayoría de edad…
En cuanto al valor… Se habla constantemente de la “crisis de los valores” del mundo contemporáneo, y yo no entiendo bien qué es lo que se echa exactamente de menos… ¿Será la crueldad y adustez del patriarcado? ¿Acaso la lealtad y entrega total al trabajo? ¿Quizá el elitismo hierático de la alta, altísima cultura? ¿Tal vez el tedio y las mentiras del matrimonio, de las que todos hacen chiste? ¿O, sencillamente, campea una nostalgia rabiosa de los buenos modales, el respeto, la caballerosidad y otras formas camufladas de hacer tolerable la autoridad? Lo ignoro, por lo cual supongo que eso dependerá del carácter y la formación de cada cual. Pero de lo que estoy seguro es de que antes -ese “antes” idílico…- el dinero era tan importante o más que ahora, y de que por tanto las denuncias que se dirigen a nuestros tiempos como exponente máximo de codicia y falta de escrúpulos reproducen punto por punto las que se han cursado siempre desde que el hombre es hombre. De modo que no hay remedio sencillo al amancebamiento bastardo entre valor y precio apuntado por Machado, puesto que de sus innobles relaciones tenemos testimonios que se remontan a milenios, y del “auténtico”, genuino valor… aunque los filósofos le han dado muchas vueltas, en mi opinión no es más que una dimensión socialmente construida de la percepción, es decir: percibo, luego valoro, pero como percibo desde mi comunidad de origen, taso, pongo precio, comparo, calculo…
Y es que realmente resulta imposible evitarlo, porque la mayoría adquirimos cosas o disfrutamos servicios según el precio de eso llamado producto que nos venden, que es el que nos informa del valor que merece aquello de lo que vamos a apropiarnos legalmente, y además lo llamamos así, “producto”, como a sabiendas de que nada tiene de singular, personal o sentimental, sino que se trata de una pura y dura mercancía prestigiosa. Y tal prestigio se lo otorga no su utilidad, ni su capacidad de satisfacer una necesidad -que no es exactamente lo mismo: un reloj es útil, una prenda de vestir, necesaria: puedo pedir la hora a alguien que pasa, pero no debo pedirle sus calzoncillos-, ni siquiera su escasez, el trabajo invertido o su cuestionable belleza. No: el prestigio de un bien o servicio se lo presta en la actualidad su vinculación a una imagen, y ésta ha de ser una imagen tal que sea reconocida como prestigiosa también por otros, sean estos una minoría selecta por un motivo u otro o una mayoría indiscriminada y a bulto. Efectivamente, nadie se compra, por ejemplo, una moto hoy porque sea el único medio de transporte posible, o porque sea el más seguro, o el más cómodo, o el más barato. Al contrario de todo esto, la moto se compra casi siempre porque uno aspira a formar parte del club mundial de los poseedores de moto, así de simple. Y si además se compra específicamente una Harley Davidson, es que lo que se desea es consumir y experimentar una determinada imagen consagrada por muchas películas y alguna cita popular anual de moteros de rostro impenetrable. Querer consumir y experimentar esa imagen, y, al mismo tiempo, hacer que los demás, sean moteros o no, la consuman y experimenten también en la forma de reconocimiento de ciertos valores asociados a ella, como son libertad, riesgo, vida nómada o independencia, eso es lo que se ansía concretamente. De manera que una Harley es todo eso de facto, y a ello debe su prestigio, el cual rápidamente se traduce en un precio donde lo que se compra es de todo menos un mero vehículo que te lleva de un lugar a otro.
De hecho, es curioso recordar que las mismísimas Harley fueron unas motos bastantes malas, técnicamente hablando. El propio nieto del fabricante original lo recordaba así en un reciente reportaje que leí en El País –creo que era El País: otra mercancía socialmente prestigiosa. Parece, en efecto, que hubo un periodo de tiempo (entre los años sesenta y los ochenta) en que la Harley, pese a que se vendió bien durante la guerra, sufrió un “bache” -valga la expresión- debido a su identificación con los soldados que volvieron de la contienda sin nada entre las manos y no tuvieron otra que convertirse en esos tipos peligrosos que iban de ciudad en ciudad o de pueblo en pueblo sembrando el terror. Entonces la célebre fábrica comenzó a usar piezas de dudosa calidad, y la emblemática marca comenzó a encubrir unos cacharros más bien defectuosos y fallidos. Easy rider -sea dicho sin menoscabo de Dennis Hopper, recientemente fallecido- y muchas otras cintas ayudaron y no ayudaron, puesto que ser un outsider resultaba atractivo para unos cuantos, pero no en absoluto, cuando menos, para sus dignos padres. Para más inri, la competencia impuesta a la sazón por la irrupción de los artefactos japoneses puso en serios apuros a una empresa que sólo tenía que volver a hacer las cosas bien para sacar partido e incluso tajada de su longeva imagen. Bueno, pues así se hizo finalmente, como se cuenta en este mini-reportaje apologético publicado en Elmundo-motor: http://www.elmundo.es/elmundomotor/2001/03/09/ocio/984152284.html)
Verdaderamente, no está nada mal. Así es como se hacen las cosas en la sociedad post-industrial: se coge un artículo mediocre y con la adecuada campaña de publicidad se convierte en un objeto portador de valores, los cuales son cobrados en metálico o a plazos –es en virtud de la misma estrategia, por cierto, que se coge un café de imagen europea inventado en Seattle y consigue venderse como una novedad a los propios europeos: la cadena se llama Starbucks… Frente a esta cultura en la que vivimos, donde la imagen ha pasado de ser un icono puramente decorativo o familiar a erigirse en el espacio de aparición donde se desarrolla -a la vez que en la palanca que mueve a- la economía, el experimento que suponen las redes de trueque urbano supone una alternativa digna de consideración. No, desde luego, porque vayan a enmendar la plana a la economía de la imagen, sino porque se sugieren como una cultura paralela en la cual vuelvan a primar lo singular, lo personal y lo sentimental en el intercambio de objetos y experiencias. Los eidola, como diría Platón despreciativamente -o, mejor, los eidolón: las imagencillas- seguirán ahí condicionando el mercado con su fluctuación ininterrumpida capaz de modificar una y otra vez las relaciones entre valor y precio, pero ahora con una importante salvedad: quien quiera desmarcarse o simplemente tomarse un descanso de esta corriente general podrá hacerlo atesorando sus pertenencias para dar lugar a otras sin apenas coste, es decir, aplicando una cierta lógica propia más no obstante transferible. La correlación triangular entre imagen-valor-precio, en puridad, no se rige por ninguna lógica cuyas leyes podamos descubrir, sino por una retórica, es decir, por maniobras de persuasión más o menos eficaces o convincentes apadrinadas por el capital. Igualmente, el trueque se propone como una persuasión más o menos dependiente de la cultura de la imagen, pero en la que los persuasores no nos resultan ajenos o extraños, pues somos nosotros mismos. Digo que “se propone”, ya que lo que antaño nació de la necesidad, nuevamente reaparece en forma de libertad posible.
En filosofía denominan con Heidegger a esta modificación de los hábitos Verwindung, que significa “asumir y gestionar de otra manera” lo existente, en vez de soñar con un Überwindung, que sería aspirar a “negar y superar” un estado anterior. Entendiéndolo así, el trueque en las sociedades actuales no sería más que la recuperación de una “senda perdida” del pasado que halla un cauce de realización válido para el inmediato futuro. Muy probablemente no es este el camino hacia el que se orientaban las indicaciones de Machado o Platón, pero sin duda es un camino interesante para el pensamiento contemporáneo tanto o más que para el terreno de las prácticas de consumo e interacción del presente, y no una vulgar necedad como hay tantas.
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Entrada muy interesante y que propone unas cuantas ideas a la vez; nos llevará tiempo elaborarlas y comentarlas todas, pero voy a entrar al trapo por el asunto motero. ¡Faltaría más!
ResponderEliminarActualmente yo voy en moto a mi trabajo; mi moto es una Yamaha 250 SR con casi 20 años de edad y 24.000 km a cuestas. Para un trayecto de 4 km de ida y otro tanto de vuelta me resulta más ágil, cómoda, divertida y económica que otro medio de transporte. Me podría plantear cambiar la moto por una Harley, pero efectivamente es demasiado ruidosa e incómoda para un trayecto urbano.
A buena parte de los motoristas de custom les gusta cultivar la imagen de chico gamberro/outsider/anticonvencional o como se quiera decir. El problema es que efectivamente los costes de compra y mantenimiento de una H-D no se corresponden con las posibilidades económicas de un joven desplazado, sino con las de alguien ya instalado que puede permitirse un capricho medianamente transgresor.
En la actual sociedad de consumo, efectivamente, - lo sabemos todos los que hemos trabajado en publicidad – no se vende únicamente un producto material, sino una personalidad, un concepto etéreo que viene asociado al producto y a la marca. El caso más notorio es el de los perfumes. No compras una botella con alcohol oloroso, sino que compras lujuria, ternura, transgresión, dominación, seducción, pertenencia a cierto grupo, sumisión a la imagen de un famoso… listado interminable. Por supuesto, cuanto mejor te venden la ilusión, más caro es el precio de venta.
No es mala idea que todos seamos conscientes de que nuestro consumo tiene un precio; de que cambiar innecesariamente de ropa, de móvil o de moto no hace más que contribuir a:
- Generar más residuos innecesarios.
- Sostener el sistema de producción en fábricas de China, con sus lógicas consecuencias económicas, medioambientales, sociales y humanas.
- Limitar la propia creatividad, independencia y economía de cada uno.
El trueque de pertenencias entre particulares es una iniciativa creativa, provocadora y encomiable. Bravo por sus promotores. Pero yo, de momento, no voy ni a cambiar ni a trocar mi moto hasta que se caiga a pedacitos… Me trae tan buenos recuerdos de cuando era veinte años más joven… :D
¡Y además es mucho más transgresor ir en una moto vieja que en una HD nuevecita!
Hace años que dejé la moto, pero me sigo considerando motociclista. Y entiendo a Jaime cuando habla de su vieja moto: muchas veces me acuerdo de las motos que tuve y echo de menos sobre todo una Honda MBX 75, muy buena para trayectos urbanos y hasta para dar una vuelta por las carreteras de la comunidad: mantenía 100 km/h sin problemas. Pero al hablar de las Harleys solo me viene mala leche, tengo muy mal concepto de esa tribu. Para empezar, desde un punto de vista técnico, la Harley es una moto conceptualmente irracional, pues a su posición incómoda hay que sumar las vibraciones y una geometría de la horquilla delantera que la hace complicada en las curvas. Luego viene la irracionalidad del purista, que se queja si la fábrica decide poner un silentblock para reducir las vibraciones: el puro macho de la Harley debe aguantar ese vibrador móvil, forma parte del rito, como el miembro de la cofradía que se flagela. Y para acabar, el Harlista es antipático con el resto de la fauna motociclista, si te cruzas con uno de ellos en la carretera ni ráfagas ni leches, su actitud va a ser la de la más olímpica indiferencia. Por mí, la fábrica podría quebrar. Y aún quiero añadir un poco de desprecio a las fábricas japonesas que han decidido copiar el invento, el dinero hace que uno pierda la decencia y los japoneses no tienen escrúpulos si de lo que se trata es de vender.
ResponderEliminarEh... Yo tenía una BH roja, ¡y menudas velocidades alcanzaba! "Creído" me llamaron una vez, ya veis...
ResponderEliminarsiguiendo con las motos, yo creo que los puristas tienen razón: la harley no es una moto -sino un símbolo, aunque no se bien de qué- así que no hay por qué añadir avances que sean buenos para las motos (silentblocks, mejores suspensiones, acabar con las pérdidas de aceite, hacer que frene...)lo último que necesitan esas motos es funcionar de manera correcta. muestra de ello es que HD ha sido comprada por una fábrica china, o coreana (que, como todos sabemos no hacen buenas motos, sino productos de consumo económicos y de ínfima calidad) es lo más coherente.
ResponderEliminar-los japoneses hacen las mejores motos, y sin embargo no tienen el reconocimiento que merecen en el inconsciente colectivo. pero quizá esa sea otra discusión, la que se refiere a la calidad.
en todo caso, el trueque tiene la virtud de ajustar en el mismo gesto valor y precio, sean cuales sean las variables. eso es bueno.
no como vuestras motos.
v´ssss
idéntico