Blog de crítica de la cultura y otras balas de fogueo al gusto de Óscar S.

Encuadre: página de "Batman: Year One", Frank Miller y David Mazzucchelli, 1986-7, números 404 a 407 de la serie.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Siempre la misma cantinela...

<http://www.elpais.com/articulo/opinion/cultura/cultura/elpepiopi/20101125elpepiopi_12/Tes

El ex-ministro escoge un libro de entre los trillones que existen y se nos pone apocalíptico. La "cultura" que echa de menos debe ser algo sumamente político, pues tiene un ministerio entero para velar nominalmente por ella. Algo, desde luego, muy caro, pues deber ser subvencionada ya que las masas mejor se lo ahorran. Algo encerrado... ¿o no se dice que en ciertos eventos "toma la calle" (o sea, lo que se hace en la calle no es cultura...)? Algo muy débil, ya que se le pide apoyo desde las economías fuertes. Algo viejo, puesto que deja de ser el gran valor que fue durante tanto tiempo. Algo triste, visto que la gente se decanta por la porquería que la sustituye. Algo, en fin, que no sé si merecería de una eutanasia digna para que acaben de una vez sus cacareadas agonías y las de sus familiares y amigos más contritos. Porque entre estertores no nos sirve de nada, al contrario ¿Y no será que la cultura es otra cosa, y no los vestigios de la anterior organización del mundo? ¿Y si el propio ministro, o Lipovetsky, son unos incultos funcionales, dado que escriben y leen libros, pero ignoran cómo funciona un CD? ¿Sería de "integrados" decir que un hacker que construye Linux es sabio aunque no haya saboreado en directo una pintura de Ingres? Desde su propia lógica, el discurso apocalíptico es un brindis al sol, habida cuenta de que manifiesta por medios modernos una inquietud que dice periclitada. Es como si yo usase el megáfono para lamentar la declinación de los espacios acústicos. Naturalmente, si éstos verdaderamente se perdiesen, sólo podría utilizar el megáfono, pero el mero hecho de utilizarlo hace que se conviertan cada vez en más innecesarios. De modo que sólo nos cabe una opción, que es estudiar el nuevo mundo de transmisión popular de la voz a que da lugar la invención del megáfono, y no venir con jeremiadas acerca de qué bonitas eran las leyes de la resonancia cuando las empleaban los arquitectos de los reyes en sus teatros.

El presente tiene sus derechos, entre ellos no tener que pagar las deudas del pasado ni servir de inversión para el futuro. Hoy se ejercen a fondo, y es absurdo oponerse por principio a  ello. Y hay algo más: es posible que, una vez estirada la pata del todo, la Cultura con mayúsculas empiece por fin a demostrar su atractivo al menos para unos cuantos, como sucedió con la Grecia y Roma clásicas para aquellos sedientos de amplitud mozalbetes renacentistas -do haya luz acudiremos raudas la polillas, aunque sea artificial...

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