http://www.filosofia.net/materiales/cogitos/cez2.html
La primera parte de la exposición de Fuentes es palmariamente errónea para el más aficionado de los marxianos. En mil lugares de su obra denuncia el anegamiento de la economía como único referente de las relaciones humanas, y lo hace precisamente como “crítica a la economía política” de los economistas ingleses en pos de una recuperación de los lazos de una comunidad pre-industrial, aunque servida por los beneficios de la industria, en la línea de Saint-Simon. Es decir, la industria al servicio de la comunidad y no al revés –en la obra del mismo nombre arriba entrecomillada y en la “Crítica al programa de Gotha”, por ejemplo(s). Pero es que, además, y por si cupiera alguna duda, lo grita a los cuatro vientos en el pasaje más citado de la más leída y universal obra de Marx, el Manifesto Comunista, en los siguientes claros e inequivocos términos:
“Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”.
De manera que no hay interpretación economicista de la economía, sino que Fuentes repite al propio Marx con escandalosa ignorancia, y me sorprende que no le pille por ahí Carlos en el debate. Incluso la tesis de que el socialismo es el estado límite del capitalismo es, legendariamente, Marx de cabo a rabo. Presumo que Juan Bautista, que es un verdadero filósofo y no un filólogo (un poeta), ha confundido a Marx con el materialismo dialéctico de Lenin fabricado a partir de Engels –de hecho, hace referencias implícitas a „El origen de la familia“-, todo guisado para las últimas generaciones por Althusser. Que curioso, los dos han bebido de la misma fuente y no buscan nada muy distinto: un Marx, sin embargo, que siempre ha estado allí.
En la apertura de la segunda parte de la argumentación de Fuentes, en cambio, hay que asentir a aquello de que sólo un profesor, y sólo un profesor de filosofía, y sólo un profesor de filosofía de la facultad, para más señas, puede olvidar la experiencia soviética del control total del estado sobre los medios de producción, o sea, el estalinismo. Y estar con él también cuando añade que tal profesor esconde un alma bella -es un puro o un purista, dice- que habla en nombre de la Idea o la Razón, y, claro, la Idea y la Razón nunca son mancilladas por ninguna empiricidad concreta, aunque dure más de setenta años de historia documentada –naturalmente, Carlos siempre puede decir que lo impidió la política de bloques, o el culto a la personalidad o lo que sea, pero no dice nada de ese estilo, sino que emplea otra vez el recurso retórico del „y tú más“ (al enemigo ideológico, no a Fuentes): es realmente escalofriante, bien mirado. La diferencia entre la pureza moral de Liria y la filosofía consecuente de Fuentes está, a mi parecer, en que el segundo guarda paradojicamente una reverente piedad hacia la historia concreta y los hombres reales que la protagonizaron o simplemente la „agonizaron“ que le falta al primero, y eso sí que es netamente chestertoniano. Chesterton abogaba maravillosamente por el sentido común y las virtudes del hombre humilde, es cierto, pero no a costa de rechazar de plano todo episodio histórico en el que triunfase el orgullo satánico. Al contrario: era un gran lector de historia, sobre todo de Inglaterra, y ansiaba comprender, pues la bondad divina reside en comprender hasta el pecado, sin perjuicio de que existan pecados imperdonables (como en aquel cuento de Hawthorne). Por lo demás, ambos contertulios siguen coincidiendo.
La verdadera discrepancia acontece luego cuando Fuentes se alinea entre los comunitaristas de hoy empleando unas metáforas muy heideggerianas, como decía, pero que se precaven del alemán por cuanto que quiere quedarse al otro lado de la brecha nihilista. Bien, es por eso que mejor se pone roussoniano y nos habla de la belleza elaborada de la naturaleza, en contra de la corrupta civilización de la complejidad tecnológica y del sálvese quien pueda. También Carlos suele mostrase cariñoso con las sociedades primitivas, pero acepta la industria, la tecnología y la modernidad, y no veo como eso puede hacerle necesariamente nihilista. Al igual que Fuentes, cree en que la comunidad tiene cabida en el mundo futuro, y si para ello hubiera que destruir todas las invenciones de los dos últimos siglos como si nunca hubieran existido entonces el verdadero revolucionario es Fuentes. Porque socializar los medios de producción dando un paso adelante ya se ha hecho con no pocos muertos, pero dar dos pasos atrás y acabar con la infraestructura misma de la producción moderna requeriría de una violencia de proporciones cósmicas. Si Liria es un vengativo de la izquierda fracasada a su manera, según Fuentes, Fuentes debería ser como un jinete de apocalipsis para Liria.
A todo esto... ¿Porque el Domingo de la novela tiene ese nombre? Efectivamente, porque el bien sólo descansa al final de la semana, cuando toda la conspiración silenciosa de los buenos, que son la mayoría (todos los relatos del padre Brown vienen a demostrar que el mal es ocasional, ridículo o aparente), ha logrado conquistar la „paz de Dios“, que es el otro calificativo que Chesterton aplica a Domingo. Dios descansa el séptimo día, no por simple restauración de fuerzas, sino porque el lunes aguarda al mundo otra batalla que no por decidida de antemano es menos necesario pelearla en cada semana. Syme, el hombre que durante aquella semana fue jueves, estuvo en medio como el ídem de la liza que tampoco entonces se podía descuidar, y por ello viste como un caballero de la mesa redonda al término del libro. Hay un decidido humanismo en Liria, en Fuentes y en Chesterton que los unifica, más allá del rotulo que pongan a su creencia.
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