Desde luego, no se aprende nada, lo cual no es pedir moraleja -que me gustan-, sino, al menos, especular con lo que harían unos tipos de hoy en una situación chocante y enrevesada. Pero como todo es completamente inverosimil, no sirve para eso. De hecho, la única conclusión, como de costumbre, es que todo americano lleva un héroe dentro: un héroe del bien tanto como del mal, puesto que aquí no hay nadie que tenga un pasado vulgar.
Por otra parte, creo que no seguiríamos la serie sino fuese por aspecto misterioso del culebrón. Si nos diesen las soluciones a final del episodio en vez de plantearnos otro enigma, no veríamos el siguiente sólo por cariño hacia los personajes o cualquier otro incentivo. (Aunque es posible que las borderías del Sawyer sean lo que a mí más me enganche: es, con toda seguridad, el mejor personaje de la serie, y el más creible dentro de lo que cabe).
Y, para terminar, en ambos bandos mueren como moscas, y se matan entre ellos con una facilidad que no estremece al espectador aún cuando habían sido amiguitos poco antes. En fin, que la serie, que es tan buena como vacía, sólo tiene a su favor lo inaudito y la sorpresa, eso de que están jugando contigo propio de las pelis de asesinos en serie, y que una vez conocida la respuesta, es inevitable que resulte trivial. Con el añadido de que aquí será trivial tras años y años de episodios, lo cual clama al cielo. Para que no se parezca a un Gran Hermano, la solución tendrá que ser de proporciones cósmicas y microscópicas a la vez, pero igualmente trivial por incapaz de justificar tanta seriedad y trascendencia en cada gesto.
No obstante, en las teleseries nortemericanas se está haciendo el experimento narrativo más interesante de la actualidad hasta donde yo conozco, y son el presente, y no el futuro, de la ficción.
martes, 5 de enero de 2010
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