sábado, 2 de enero de 2010
Los profesores (se abre fuego)
De pobrecitos nada. La mayoría se merecen lo que les pasa. Desprecian al alumno olímpicamente porque no es como ellos han llegado a ser veinte o más añós después. ¿Y qué son ellos? Funcionarios del A, B y luego C, ortopedias del libro de texto, enanos adocenados, currantes camastrones, culturetas de folleto. Sus melindres harían vomitar hasta la duquesa de Alba, su medrosidad ratonil incluso a José Blanco, su cerrilidad altiva también a Bernarda Alba. Los estudios más fascinantes se vulgarizan entre sus manos como fruta que se pocha, y hasta sus propios hijos se ven obligados a comerla descompuesta. Aquellos que no se sientan del todo cómodos entre el murmullo de patio de vecindad de sus compañeros de profesión, aún tienen entreabierta una puerta de salvación: que la dejen así, adivinando el exterior, traten de comunicárselo disimuladamente a sus chicos como una ligera brisa fresca y callen acerca de sí mismos, no vaya a ser que se entere la inspección.
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