lunes, 25 de octubre de 2010
Pequeñas y grandes miserias de los grandes y pequeños filósofos: Louis Althusser
Era una noche francesa de 1980 en la que el filósofo-activista estaba obsequiando a su mujer con un masaje cuando, al llegar al cuello, la estranguló sin poder evitarlo. Sin explicación posible, pasa todos los días. O eso quiso hacernos creer en El porvenir es largo, la autobiografía intelectual que, si no recuerdo mal, escribió en el hospital psiquiátrico en el que le internaron por órden del juez bajo la sentencia de enajenación transitoria. Hoy, claro, lo llamarían de otra manera -maltrato de género-, para quien todavía piense que la ciencia transcurre plácidamente al margen de las convulsiones sociales. Antes, Althusser se había hecho célebre por tratar de reanimar una vez más desde el estructuralismo el marxismo científico tras el impactante conocimiento de los ingentes crímenes de Stalin, y es que Marx resulta tan convincente la primera vez que a veces se nos olvida que su minuciosa doctrina -la más explosiva de la humana historia- va camino de cumplir los 150 años. A mí, sus sucesivas resurrecciones teóricas me recuerdan al gag -como diría Santiago Alba- del coyote y el correcaminos, siempre tratando de atrapar al veloz pájaro con nuevos trucos, y siempre llevándose el golpe en su lugar de la manera más rocambolesca, encima con recochineo por parte del ave. Naturalmente, el coyote tiene que comer, mientras que al correcaminos le vemos una y otra vez jóven y lustroso, pero así es el hombre y así terminan sus intentos de implantar una edad dorada definitiva e indefinida...
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