miércoles, 13 de octubre de 2010
Sobre el filosofema que vindica "el reencantamiento del mundo"
Ante el auge de la técnica y con la diosa Naturaleza reducida a paisaje o materia prima, hay almas místicas que no se conforman con el diagnóstico de Weber y piden el retorno de un sentimiento mágico de la vida. Pero lo cierto es que el mundo no se deja reencantar así como así. Más que mágico, el mundo es completamente indiferente al infortunio o la ventura del hombre. Y, por eso precisamente, es sagrado. Porque nuestros halagos o injurias nunca lo afectan, es intocable desde el punto de vista de su autonomía. La mejor sentencia de Nietzsche, en mi opinión fue aquella que rezaba : "Hay que despedirse de la vida como Ulises hizo con Nausicaa: bendiciéndola más bien que enamorado" (Más allá del bien y del mal). Efectivamente, ¿quien se enamoraría incondicionalmente de la vida, que regala tanto cuanto arrebata con un gesto desdeñoso y soberano? Ni siquiera el superhombre, que tan sólo puede bendecirla en un acto de aquiescencia más intelectual que emocional (eco de Spinoza: llama la atención el escaso reconocimiento que el bigotudo hace de la deuda que ha contraído con el gran judio, mucho mayor de lo que confiesa). Y si, todavía, el superhombre la bendice intelectualmente es porque sabe que su punto de vista existencial es demasiado corto para juzgar la totalidad, de manera que presume (intelectualmente, repito) que debe existir una perpectiva superior desde la cual todo sucede por mor de un juego eterno que no tiene entre sus factores relevantes la felicidad humana -la "risa inextinguible" frente a la matanza de Troya que sacude el cuerpo de los dioses homéricos. Morimos, pero jamás el mundo se para ni un punto por ello, ni siquiera en la más ínfima de sus partes (error del primer Heidegger pensar que nuestra muerte ocurre siquiera como tal, como humana "muerte propia" de un ser humano: lo que "acontece" es una transformación natural más, en concreto una deshumanización). Ésta es, creo yo, la base fundamental de toda religión: la supremacía del mundo frente a los deseos del individuo. Así sí que se reencanta el mundo, sencillamente porque es invencible, no porque sea maravilloso. El dulce Spinoza deleitándose en la horrible contemplación de una araña devorando una mosca: eso es el comienzo de un acto religioso, pero sólo el comienzo. Luego tendremos que hablar de cómo poner del mejor modo posible a nuestro favor esa majestuosa y tremenda indiferencia natural, haciéndola diferente o diferenciada para el hombre, y esto es el resto de la religión, de una religión, ya se sabe, de este mundo. (De hecho, lo más "maravilloso" para el hombre es -o pude ser- esa parte del mundo que son el resto de los hombres, cosa que también, no por casualidad, puso de relieve Spinoza). Pero eso no es que sea ya "otra historia", more Kipiling: es la historia.
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